Tarzán, el puente entre Rumanía y Colombia.

Historias

Mientras los sepultureros bajaban el ataúd a la tumba en el cementerio Valle de la Luz en Acapulco, el grito que le hizo famoso, más cercano al canto tirolés que a los sonidos de la selva, sonó tres veces como había sido su deseo. Reposaban finalmente los restos de Johnny Weissmüller. Era un 20 de enero de 1984. Tenía 79 años y un edema pulmonar. Era un mito de la natación, una estrella de cine. Pero sobre todo era, de una vez y para siempre, Lord Greystoke, más conocido como Tarzán.

Hijo de una familia de suabos del Banato austrohúngaro, Weissmüller, nació en el barrio de Freidorf en lo que hoy es Timișoara en 1904. Apenas siete meses después estaba a bordo del S.S Rotterdam de camino a Nueva York, donde cambiaría su nombre Janos/Johann por el americanizado Johnny. A muy temprana edad descubrió el que sería su gran amor: la natación, que le sirvió para huir de un destino de clase obrera al que parecía abocado. No tardaría en despuntar. Y despuntar quizá no sea la mejor palabra.

Weissmüller arrasaba. Quemaba etapas y rivales mayores que él con naturalidad. Era un ganador y, en una sociedad gobernada por el éxito, poco importaba que no fuese estadounidense o que tuviese que mentir sobre su lugar de nacimiento y su edad para ser miembro del equipo nacional de natación. Sus entrenadores habían encontrado oro y Weissmüller no les defraudaría. Sus números marean. Estableció 67 récords del mundo en distintas categorías. Ganó 52 campeonatos nacionales, 38 de ellos individuales. Fue el primer nadador en bajar del minuto en los 100 metros libres. Se mantuvo invicto durante ocho años consecutivos. Nunca perdió una carrera como amateur. Ganó cinco medallas olímpicas de oro en natación y una de bronce en waterpolo. Estableció numerosos récords en pruebas ya extintas de natación de larga distancia en aguas abiertas. Fue elegido por la agencia de prensa Associated Press como el mejor nadador de la primera mitad del Siglo XX. Weissmüller fue Mark Spitz, fue Michael Phelps, fue Caeleb Dressel en una época previa al profesionalismo. Se retiró en 1929.

Tras su retirada participó en numerosas exhibiciones de natación, trabajó como modelo de trajes de baño e hizo algún breve cameo en el cine. Una mañana en el verano de 1931, el guionista de MGM Cyril Hume estaba ejercitándose en el Hollywood Athletic Club vio a Weissmüller nadando y le pidió que se presentase al casting para la película que cambiaría su vida: “Tarzán de los monos.”
Fue un éxito de crítica y público. Y lo que es más, se convirtió en un icono: un hombre atlético apenas cubierto con un taparrabos y armado de un puñal en medio de una selva hostil, pero sensible tanto con los animales, como su inseparable mona Chita, como con Jane y Boy. Weissmüller hacía todas las escenas de riesgo: nadaba, trepaba árboles, cabalgaba sobre elefantes y rinocerontes y aquella sintonía se traducía en la pantalla. Weissmüller y su personaje se solapaban de tal manera que costaba decir dónde empezaba uno y terminaba otro.

Protagonizó doce películas de Tarzán, seis de ellas con la actriz Maureen O’Sullivan que interpretaba a Jane y ocho con Johnny Sheffield en el papel de Boy. Después, atrapado por su personaje, pasó a interpretar a un personaje muy similar a Tarzán, Jim de la Selva, en otras trece películas.

Para finales de los años cincuenta, su carrera cinematográfica se apaga e inicia su declive: regresa a Chicago para iniciar negocios que no acaban de funcionar, se retira a Florida y luego a Las Vegas a vivir de su declinante estrella ya sin brillo. Y empiezan los problemas de salud. La cadera, el corazón, los derrames cerebrales, los pulmones. Aún tuvo tiempo de una última aparición en la olvidable “Won Ton Ton, el perro que salvó Hollywood.” En 1976, se muda a Acapulco, donde había rodado su última película como Tarzán, donde moriría.


Cápax
El cine tiene un indudable poder cautivador. Al igual que la literatura, no sólo permite la inmersión en una historia, sino también la identificación con sus personajes, sea por similitud o por aspiración. Así le sucedió al colombiano Alberto Rojas Lesmes.

Lesmes había nacido en el pueblo de Puerto Leguizamo, a orillas del río Putumayo, en el sur de Colombia en 1946. Como todos los niños del pueblo, Lesmes se pasaba el día en el río, nadando arriba y abajo o manejando una canoa. De hecho, pasaba más tiempo en el río que en la escuela para desespero de su madre. Y cuando no estaba en el río, estaba en el Teatro Solarte Obando viendo sus películas favoritas, las de Tarzán, interpretadas por Johnny Weissmüller.

Así que mientras Weissmüller enfilaba el final de su carrera en los años 50, un chiquillo colombiano lo idolatraba hasta el punto de querer no ya imitar su forma de nadar, de tratar a los animales, y de mostrar arrojo ante el peligro, sino mimetizarse con él. Lesmes no admiraba a tarzán, sino que quería ser tarzán y a ello dedicó su vida entera.

Adoptando la selva y el río como su escuela, Lesmes, que ya iba siempre en pantaloneta y a fuerza de nadar y remar por el Putumayo tenía un físico atlético, se dejó crecer el pelo en una media melena y a llevar siempre un cuchillo. No temía a las serpientes, sabía sortear remolinos y corrientes, y cada vez que se presentaba un reto que requiriese de fuerza o habilidad, allí estaba él presto a lanzarse al agua. Cada vez que le decían que era como tarzán, se sentía orgulloso.

De orígenes humildes, Lesmes, igual que Weissmüller, parecía abocado a una vida de trabajo duro y pocas posibilidades. Los trabajos con los que se ganaba la vida eran duros. Siempre cerca del agua, fuese en el Putumayo o más tarde en el Amazonas, cargaba bloques de madera, buscaba balastro en el río, trabajaba en un remolcador, de pintor, de celador, de lanchero, de lo que saliese. Pero no cejaba en su empeño de convertirse en Tarzán. Seguía nadando, se seguía ejercitando. Su sueño era nadar el río Magdalena, el más largo de Colombia, desde la ciudad de Neiva hasta su desembocadura en Barranquilla.
En 1975 participa en una prueba de natación en aguas abiertas en el Amazonas entre Isla Chinería en Perú y la ciudad colombiana Leticia. Y ve que es posible, que él puede hacerlo y se lanza a la búsqueda de patrocinadores, pero es difícil ya que nadie le conoce.

En febrero de 1976 un diario publica la noticia “Tarzán, en vuelta a Colombia, a nado.” Unos periodistas de Bogotá le proponen que nade los 45 kilómetros que separan Leticia de la ciudad brasileña de Benjamin Constant por el Amazonas para darse a conocer. Lesmes, ya conocido como el Tarzán del Amazonas, no se arredra y un par de meses después cubre la distancia en poco más de cuatro horas.
Y entonces aparece el empresario y locutor Armando Plata Camacho. Ha oído de la hazaña de Lesmes y sus planes de nadar el Magdalena. Y decide lanzar la “Operación Rescate del Río Magdalena,” una campaña de relaciones públicas en la que, usando a Lesmes como gancho, se denunciase la contaminación que sufría el río y el abandono oficial de las poblaciones ribereñas.

Plata Camacho, adelantado a su tiempo, también tenía otro objetivo que se guardaba mucho de compartir: quería convertir a Lesmes en un producto. Y para ello necesitaba un nombre con gancho. Se decidió por Cápax por el nombre de un pez llamado Capaz y el latín Capax, que quería decir el más fuerte, el más capaz. En el contrato que firmó con Lesmes, se estipulaba que el nombre Cápax quedaba bajo su control.

El 29 de junio de 1976, Lesmes, entonces ya Cápax, el tarzán del Amazonas, se lanzó a las gélidas aguas del Magdalena en Neiva. Se previa inicialmente que nadase los 1,300 kilómetros hasta Barranquilla en 21 etapas a un promedio de 50 kilómetros diarios y con solo un día de descanso. La previsión se revelaría demasiado optimista.

Minutos antes de que Cápax y su caravana de empresarios y periodistas iniciase su travesía, apareció un hombre humilde, tocado con sombrero vueltiao típico de Córdoba y Sucre, que quería acompañar a Cápax en una pequeña canoa a vela. Era el monteriano Iván González Villegas y, pese a las reticencias de Plata Camacho, acabó por unirse a la comitiva. Sería el mejor ayudante de Cápax, su amigo y confesor, como Jane, Boy y Chita. Y le salvaría la vida en más de una ocasión.

“Lo logré, lo logré, lo logré,” dijo Cápax al llegar a Barranquilla 40 días después de iniciar su singladura en Neiva. Llegó ante una multitud expectante y deseosa de conocer al héroe del Magdalena. Llegó asombrado de la pobreza y el abandono que encontró a lo largo del Magdalena y agradecido por los recibimientos que le dispensaban quienes veían en su llegada la única oportunidad de que sus quejas llegaran al resto del mundo. Llegó con las marcas de la contaminación del río en su propia piel. Llegó exultante.

Entre tanto había roto con Plata Camacho a quienes los periodistas que acompañaban su comitiva habían acusado de usar a Cápax para lucrarse con la excusa de la Operación Rescate del Rio Magdalena. Y se había convencido de que tenía que llevar el mensaje que le habían transmitido los habitantes del Magdalena a las más altas autoridades de Colombia. Así lo hizo durante su entrevista con el presidente Alfonso López Michelsen, acompañado por su fiel González Villegas. Nada resultó de todo ello.

Cápax regresó a Leticia, a su familia y a su vida. No ganó mucho. Incluso le retiraron su pensión. Aún hoy sigue su activismo en favor de la conservación de los ríos. Tarzán ha envejecido. Su grito tirolés ha transmutado en una súplica en favor del medioambiente.

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