
Claudia-Florentina Dobre es doctora en Historia por la Universidad de Laval (Quebec) y actualmente investigadora en el Instituto de Historia Nicolae Iorga de Bucarest. Además, es la fundadadora y presidenta del Centro para la Memoria y Estudios de Identidad de Bucarest
Ha codirigido el documental “Historias de Bărăgan” recuerdos de la Siberia rumana(2013).Su tesis doctoral sobre las antiguas detenidas políticas, “Ni víctimas ni heroínas”, ha sido publicada como libro en rumano y en español y acaba de publicar un segundo libro en español titulado “Historia y memoria en la Rumanía postcomunista“
¿Cómo comenzó tu interés por la memoria histórica y por qué elegiste este campo de investigación?
Terminé la Facultad de Historia de la Universidad de Bucarest en 1995 y no supe nada acerca de las persecuciones políticas ni de la represión comunista. Teníamos un curso general de historia contemporánea de Rumanía, que se detenía al finalizar la Segunda Guerra Mundial, sin que se hablara de lo que ocurrió después.
Me enteré de las persecuciones políticas en el año 2000, cuando entré en contacto con la Fundación Cultural Memoria, que se ocupaba de la memoria de la represión comunista y las persecuciones políticas. Empecé a participar en las actividades de la fundación y a interactuar con antiguos presos políticos y víctimas del comunismo en Rumanía.
También leí su revista, donde apareció la reedición del libro de Adriana Georgescu, “Al principio fue el final”. Para mí, ese fue el momento decisivo que me llevó a interesarme por las antiguas detenidas políticas, ya que quedé profundamente impresionada por el libro, especialmente porque Adriana Georgescu era muy joven cuando ingresó en prisión. Cuando leí el libro yo tenía la misma edad que ella cuando fue encarcelada.
Fue impactante leer por lo que pasó y rápidamente me di cuenta de que no había motivos justificados. Podía entender que fuera encarcelada por sus opiniones políticas, pero que fuera violada y torturada fue algo escandaloso para mí en ese momento, lo cual me impulsó a investigar estos temas.
Quería saber más sobre la represión y el comunismo desde la perspectiva de las antiguas detenidas políticas en Rumanía. Hice una investigación muy personal pero también fue un trabajo pionero en ese momento, porque hasta entonces nadie había examinado las memorias carcelarias desde la perspectiva de los estudios memoriales como lo hice yo. En Rumanía, la memoria se utiliza generalmente como un complemento de la historia. Tienes los documentos y para esclarecer ciertos puntos, recurres a la memoria, o bien tomas la información de las entrevistas y la contrastas con los documentos. Pero a mí me interesaba el discurso memorial casi exclusivamente, no necesariamente encontrar “la verdad” en esta historia.
Hice mi tésis de doctorado en la Universidad Laval de Quebec y cuando regresé a Rumanía, lamentablemente, no había mucho el interés por este tema ya que tras la condena oficial del comunismo, en diciembre de 2006 por parte del presidente Traian Băsescu, la memoria del comunismo, el interés por la represión y las persecuciones políticas entró en un segundo plano, sobre todo porque Rumanía estaba muy centrada en su adhesión a la Unión Europea.
El comunismo y la forma de relacionarse con él fue una cuestión importante en las luchas de poder hasta el año 2000. Fue significativo tanto para los neocomunistas, que tomaron el poder tras la ejecución de Ceaușescu, como para los anticomunistas, que luchaban por el poder político.
Entre 2004 y 2006, el comunismo seguía siendo un tema de disputa en estas luchas de poder, cuando Traian Băsescu decretó la creación de la Comisión para el Estudio de la Dictadura Comunista en Rumanía, dirigida por Vladimir Tismăneanu, todo ello en el contexto de las tensiones entre él y el entonces primer ministro Călin Popescu-Tăriceanu, quien fundó el Instituto para la Investigación de los Crímenes del Comunismo y la Memoria del Exilio Rumano (IICCMER).
Después de su condena oficial dejó de tener interés y la perspectiva anticomunista se convirtió en la narrativa oficial sobre el recuerdo del comunismo en Rumanía sin embargo, en la práctica, no prevalece el anticomunismo, sino más bien las mismas prácticas comunistas que seguimos viendo de forma constante.
¿Por qué decidiste centrarte en las mujeres detenidas y qué descubriste durante tu investigación?
Sobre todo porque no existían trabajos que se centraran en la memoria femenina. En 2003, no había en el espacio público una perspectiva de género sobre las antiguas detenidas políticas. Ellas mismas habían incluido su discurso anticomunista en el discurso general de los expresos políticos, sin aportar una perspectiva de género sobre el tema. Quise saber por qué ocurría esto, por qué las mujeres no tenían una perspectiva propia.
No solo entrevisté a mujeres, también hablé con hombres que fueron presos políticos y comparé ambos discursos, ya que de lo contrario podría haber sacado conclusiones equivocadas al tener solo la perspectiva femenina. De hecho, existe una diferencia de género que ellas no asumen y que nadie resalta. El discurso femenino se centra en la historia familiar, en el entorno del que provenían, pero sobre todo en la transmisión de los valores y el patrimonio familiar.
Debo reconocer que acometí el trabajo de campo con algunos estereotipos sobre las mujeres y pensé que me contarían sus experiencias en detalle, que entrarían en cuestiones íntimas, especialmente porque algunas de ellas me conocían bien. Por ejemplo, la señora Micaela Ghițescu, que fue mi principal informante, yo viví en su casa y teníamos mucha confianza y me parecía completamente natural que me contara muchas cosas, pero no fue el caso.
Las mujeres entrevistadas se centraron mucho en transmitir los valores familiares y la historia de sus familias, especialmente la de los varones de la familia y lo que habían sufrido. Todas ellas provenían de familias cuyos miembros habían experimentado la represión, de una forma u otra. Asimismo quisieron narrar la historia de sus compañeras, especialmente de aquellas que murieron en prisión o que no vivieron lo suficiente para ver la caída del régimen, bien para contar su historia o para sentir que habían vencido, que habían estado en el lado correcto de la historia.
En cambio el discurso de los hombres se centraba mucho más en sus actividades anticomunistas y sus hazañas, ya que muchos de ellos participaron en la guerra o en escuelas militares. Querían detallar esas acciones más que hablar de su familia o del entorno del que provenían.
Entrevisté a un grupo homogéneo de mujeres con estudios superiores que provenían de medios “burgueses”, como los llamaban los comunistas, de la clase media del período de entreguerras, que vivían en Bucarest y fueron reprimidas por tener una actitud anticomunista asumida. Para ellas no fue como para las campesinas que no sabían lo que les había ocurrido, que simplemente dieron un vaso de agua a los miembros de la resistencia en las montañas y terminaron en prisión.
Es muy interesante lo que les pasó a estas campesinas que ingresaron en prisión sin saber por qué, pero allí adquirieron una conciencia política. Después de la caída del comunismo, muchas de ellas asumieron esta experiencia al solicitar el certificado de expresas políticas. También lo hicieron los deportados, incluidos aquellos que eran niños cuando fueron deportados, y que tras la caída del comunismo asumieron esta experiencia como algo político, ya que así se daba sentido a la persecución y podían reclamar sus derechos.
Estos dos grupos desarrollaron una conciencia política posterior al evento de la represión, pero en el caso de las personas que yo entrevisté, ya tenían esta conciencia política, generalmente formada en el seno de sus familias, que era más bien anticomunista porque estaba impregnada de patriotismo. En los años 50, el comunismo era de tipo internacionalista, anti-nacional, y para estas mujeres, que eran más bien nacionalistas, era absolutamente natural estar en contra del comunismo.
Nunca creyeron ni por un momento que el régimen comunista duraría tanto. Esperaban la llegada de los americanos. La mayoría de las mujeres que entrevisté fueron condenadas entre 1947/48 a entre dos y cuatro años de prisión, porque generalmente se les acusaba de complicidad en agitación pública, que eran delitos menores en el código penal comunista. A partir de 1950, las sentencias se volvieron más severas y hubo mujeres que fueron condenadas a 20 años. Ellas decían: “Nosotras no estaremos tantos años en prisión, porque los americanos vendrán a liberarnos. Vosotras con cuatro años los cumpliréis, seguro, pero nosotras con veinte, no”.
Desafortunadamente, algunas de ellas cumplieron toda su condena, porque los americanos nunca llegaron y hasta 1964, cuando fueron liberados todos los presos políticos, tuvieron que quedarse en prisión. Aunque hubo casos de personas que permanecieron hasta 1965. Conozco el caso de un hombre que fue liberado en 1968. Muchos, incluso después de ser liberados, fueron vigilados por la Securitate, especialmente aquellos que se consideraban peligrosos para el régimen.
¿Cómo crees que los testimonios de las mujeres detenidas políticas ofrecen una perspectiva única sobre el régimen comunista rumano?
En primer lugar, creo que, respecto al comunismo, definitivamente tenemos la experiencia de lo que significaba ser mujer en una prisión comunista: la vida cotidiana de la represión y las cárceles. Esta es una parte importante, pero, lamentablemente su discurso no ha sido valorado en el espacio público, es decir, lo que una mujer detenida política tenía que decir sobre el comunismo y la represión no ha sido reconocido ni promovido.
Durante los años 90 hubo una gran lucha por parte de todos los antiguos detenidos políticos para que se reconociera su sufrimiento. La Ley 118 lo reconoció y se les otorgaron diversos derechos, incluida una compensación financiera, aunque muy baja, incluso hoy en día, en comparación con las pensiones de los antiguos oficiales de la Securitate. Pero fue una lucha, una lucha feroz. Constantin Ticu-Dumitrescu, el primer presidente de la Asociación de Antiguos Detenidos Políticos (AFDP), luchó por esos derechos.
Los comunistas decían que todos habíamos sido víctimas del comunismo, entonces, ¿por qué algunos deberían recibir indemnizaciones y beneficios cuando todos éramos responsables? Todos habíamos sido víctimas, porque, según ellos, el comunismo había sobrevivido 40 años y todos habíamos participado de alguna manera en su existencia. ¿Por qué algunos deberían ser considerados más víctimas que otros?
En este sentido, tanto hombres como mujeres, en general, no tuvieron la oportunidad de expresarse. Estas mujeres se enfocaron en unir fuerzas con los antiguos detenidos políticos y con quienes les apoyaban en su lucha contra los neocomunistas. Ellas hablaban sobre sus familias porque querían que se conociera la verdad de lo que les había sucedido ya que los comunistas habían difundido muchas mentiras que posteriormente retomaron los neocomunistas.
De todas formas, la sociedad rumana no estaba preparada en el 2000 para aceptar un discurso femenino sobre la represión, porque ni siquiera nos interesaba la represión en general, menos aún si provenía de una mujer.
¿Crees que ahora es un momento más adecuado para que el público conozca estos testimonios femeninos?
Las mujeres que aún no habían encontrado su voz, ahora han comenzado a hacerlo. Lamentablemente, la mayoría de ellas ya no están y aunque hoy pudieran hablar, ya no es posible. Afortunadamente, ahora ha sido elegida como presidenta de la AFDP una mujer, una antigua detenida política, Nicolina Moica. Es positivo que, por primera vez, una mujer lleve este mensaje.
Así que, básicamente, lo que queda es lo que he grabado yo y otros pocos investigadores. Sin embargo, en cierto modo, es un poco triste que esto permanezca solo en el ámbito académico. Entiendo que mi libro, que se originó a partir de una tesis doctoral, no es accesible al público en general, al igual que los artículos escritos por mis colegas. Pero, al menos, existe.
El título del libro que recoge tu investigación es “Ni víctimas ni heroínas”. ¿Por qué elegiste este título?
El título refleja dos aspectos importantes. Uno de ellos es que la persecución política significó para estas mujeres, burguesas un reconocimiento político y una participación en la vida pública lo cual no formaba parte de su realidad, al considerar que el espacio público pertenecía a los hombres.
El otro aspecto que me interesó es que varias de estas mujeres no se veían ni como heroínas ni como víctimas, porque su identidad principal, la que asumieron y afirmaron, fue la de anticomunistas. Sin embargo, al regresar de su cautiverio ocultaron esta identidad y no hablaban de lo que les había sucedido. Se definían como personas que habían luchado contra el comunismo, pero no se consideraban heroínas, no creían que hubieran hecho algo fuera de lo común, sino que habían seguido su conciencia. Tampoco se consideraban víctimas, porque no les gustaba la idea de haber sido pasivas.
En la sociedad rumana los perseguidos y deportados en general eran vistos como víctimas. Incluso en el discurso de Traian Băsescu durante la condena del comunismo, se rindió homenaje a todas las víctimas de la represión y la dictadura comunista. Por eso, estas mujeres insistieron en decirme que no eran víctimas. Ellas eran anticomunistas y, aunque no hicieran grandes cosas, su mentalidad era anticomunista, y de alguna manera, consideraron que la persecución era algo lógico hasta cierto punto. No consideraron justas las torturas o las condiciones de la cárcel, pero la persecución política les parecía normal porque habían adoptado esta postura anticomunista.
Me pareció muy interesante que esta perspectiva fuera más fuerte en las mujeres que en los hombres. Por supuesto, los hombres también expresaron su anticomunismo, pero tendían a verse más como héroes que como víctimas. Provenían de un contexto en el que, si estabas en el frente o en la lucha anticomunista, eras un héroe. En muchas de las memorias de los antiguos detenidos políticos, hay una clara tendencia a enfatizar lo heroico en los hombres.
Lo curioso es que estos hombres a menudo consideraban a las mujeres como víctimas, y creo que por eso ellas reaccionaron de esta manera, porque la sociedad quería verlas como víctimas, los mismos hombres detenidos querían verlas como víctimas, mientras que ellas se veían como personas que habían hecho lo que debían hacer.
¿Qué otras diferencias relevantes observaste entre los relatos de los hombres y las mujeres?
Los hombres tienden a contar mucho más que las mujeres, incluso en el caso de los deportados a Bărăgan. Es un fenómeno sorprendente, ya que uno espera que las mujeres proporcionen más detalles, pero no fue el caso ni con las exdetenidas políticas ni con los deportados. Creo que esta diferencia proviene de la mentalidad con la que fueron criadas las mujeres de generaciones anteriores. En esa mentalidad, la mujer no expresaba sus opiniones en público. Las señoras a las que entrevisté no creían que su papel detallar sus experiencias.
Por ejemplo, durante la entrevista a un matrimonio la conversación con la esposa duró media hora, mientras que con el esposo fueron cuatro horas. Ella constantemente me decía que la experiencia de su esposo había sido más interesante y que era mejor hablar con él. En presencia de su marido, ella limitó su discurso, sintiendo que era el hombre quien debía hablar públicamente . Esto no ocurrió cuando entrevisté a mujeres viudas, solteras o cuyos esposos no estaban presentes, en esos casos, hablaron abiertamente.
¿De qué trata tu segundo libro en español y qué te motivó a escribirlo?
El segundo libro en español trata sobre la historia y la memoria del comunismo en la Rumanía postcomunista. No hay una versión en rumano porque representa una colección de artículos que he publicado a lo largo de los años sobre este tema. El libro ofrece una breve historia del comunismo, que es necesaria para ayudar al lector hispanohablante a comprender el contexto.
Un capítulo importante del libro trata sobre los archivos de la Securitate, que jugaron un papel crucial tanto en la época comunista como en la postcomunista. Estos archivos influyeron en reputaciones y estuvieron involucrados en escándalos, como en 2006, cuando aparecieron archivos de colaboración de varias figuras políticas en el contexto de la Comisión Presidencial para el Análisis de la Dictadura Comunista
Uno de los grandes problemas es la politización de este tema y el hecho de que muchos historiadores o periodistas que revisan estos archivos no critiquen adecuadamente cómo fueron constituidos. En el libro, analizo cómo se crearon estos archivos y subrayo que no deben aceptarse tal cual sin un examen crítico porque a veces se incluían informaciones inventadas. Demostré como, en muchos casos, los agentes de la Securitate abrían archivos de colaboración sin que la persona en cuestión fuera consciente o quisiera colaborar y más tarde cerraban los archivos diciendo que esa persona no había querido colaborar por lo que la etiqueta de “colaborador” debe analizarse con precaución.
Mencionabas antes que supiste de la existencia de la represión y de las víctimas del comunismo al terminar la universidad. Recientemente se ha introducido en el programa escolar el estudio del Holocausto y del comunismo. ¿Qué papel juega la educación en la transmisión de la memoria histórica?
Existe el problema que ya mencionamos. A nivel oficial, se reconoce la implicación de Rumanía en el Holocausto y el comunismo es declarado criminal e ilegal. El anticomunismo es el paradigma dominante en la rememoración del comunismo a nivel oficial. Pero el gran problema es que esta perspectiva, ya sea el anticomunismo o el reconocimiento del Holocausto, no logra calar en la sociedad.
En gran parte se debe a que la educación está orientada más a la obtención de notas que a la adquisición de conocimientos duraderos que te permitan construir tu identidad nacional. A esto se suma el hecho de que la historia no tiene una importancia estratégica en la educación.
La enseñanza de la historia moderna, para que sea atractiva para los niños, no puede tratarse como las otras materias. No puede ser que el profesor te cuente una historia, la aprendas y la repitas para obtener una nota. Se necesita un enfoque más práctico e interactivo para despertar el interés de los alumnos. Por ejemplo, entrar en contacto con testigos de la historia, aquellos que la vivieron y participaron, que cada vez que se hable del Holocausto o del comunismo, puedan tener una conversación con personas que lo vivieron o si no es posible, al menos utilizar documentales, fotos, visitas a museos o exposiciones temáticas. Esto despierta el interés y la curiosidad del niño por conocer más.
Los profesores deberían formarse en este sentido porque si no se cambia la formación de los profesores y los métodos de enseñanza, los futuros profesores de historia llegarán al aula y enseñarán como hace cien años. Si su mentalidad no cambia tampoco podrán cambiar la mentalidad de los alumnos.
¿Cuáles consideras que son los principales desafíos de la memoria histórica sobre el comunismo en Rumanía?
A nivel público no se ha avanzado gran cosa y los principales portadores de la memoria están desapareciendo. Los antiguos presos políticos, quedan unos mil o dos mil, son muy mayores, ya no tienen la capacidad de testificar o de involucrarse en actividades. A esto se añade otro problema y es que los descendientes de los perseguidos durante el período comunista no están interesados en saber qué le sucedió a su padre o abuelo, excepto en casos puntuales.
Hace poco se ha promulgado una ley que otorga a los descendientes una paga mensual de 500 lei y, por lo que he entendido, hay bastantes que buscan en el CNSAS (Centro Nacional de Archivos de la Securitate) la prueba de que sus padres o abuelos fueron reprimidos, encarcelados, deportados, pero pocos están interesados en la historia en sí y menos aún en transmitir esta memoria o involucrarse en actividades para promoverla.
Me temo que habrá personas cuyas familias vivieron dramas que desconocen y no tienen el menor deseo de hablar de ello y por tanto estas memorias se convertirán en una memoria oficial para elegías políticas, monumentos y flores al no existir una categoría de personas interesadas en preservar y transmitir esas historias individuales.
Se convertirá también en algo puramente intelectual, es decir, nosotros hablaremos entre nosotros en conferencias, escribiremos un libro que quizás lean cinco personas y la sociedad se quedará viuda porque no conocerá parte de su historia. Quizá aparezca un libro o una película que tenga un gran impacto en la sociedad y luego se reabra todo este debate, pero es muy difícil.
En este momento, me parece que se rompe esta transmisión entre generaciones que puede tener un impacto a nivel público. Lo que más me preocupa es la instrumentalización del comunismo nuevamente, porque veo que los partidos populistas en Europa del Este o en Rumanía, por ejemplo, el partido AUR, tienen esta tendencia de tomar el pasado y usarlo para manipular pero otros partidos comienzan a hacer lo mismo.
Lo que sucedió en el pasado y sucede en el presente será un problema cuando ya no existan personas que se opongan a este tipo de discurso. Este es el principal riesgo, al que se suma el hecho de que no se apoye a los investigadores para que la verdad permanezca en el espacio público, para decir: “Ustedes mienten y aquí tenemos pruebas “.
¿Cuáles son tus planes de futuro a nivel profesional?
Me gustaría profundizar en la memoria de los deportados, porque creo que ya he dicho lo que tenía que decir sobre las antiguas presas políticas en estos libros, y ahora quiero concentrarme un poco en la memoria de la deportación y en diversos aspectos de la vida en Bărăgan. Un tema que me interesa mucho es la vida cotidiana en especialmente porque tengo acceso a los recuerdos de quienes eran niños en esa época y será una perspectiva atractiva también para el público en general.
Junto con mi colega Valeriu Antonovici, vamos a hacer un nuevo documental sobre las deportaciones a Bărăgan y además una exposición y en libro recopilando vivencias e historias personales de los deportados y sus familias.