La editorial Omen acaba de publicar en español “El hombre nuevo”, el libro de Grigore Dumitrescu, ex prisionero que vivió en carne propia el proceso de “reeducación” en la cárcel de Pitești, y que recoge uno de los testimonios más impactantes sobre los horrores del denominado Fenómeno Pitești.
Publicado en los 90, tras la caída del régimen comunista en Rumanía, la obra ofrece un relato estremecedor y detallado de las torturas y humillaciones sufridas por los prisioneros en el marco de este experimento de aniquilación psicológica. Dumitrescu no solo describe el sufrimiento físico, sino también el proceso de deshumanización al que fueron sometidos, en el que los detenidos eran forzados a delatar, humillar y torturar a sus propios compañeros.
El título original del libro, “Demascarea” (Desmascaramiento), hace referencia al método central de la reeducación comunista en Pitești: obligar a los presos a confesar sus “errores” y a renegar de sus creencias religiosas, políticas y morales, destruyendo así su identidad. La “reeducación” no era simplemente un método de control, sino un experimento que buscaba la total sumisión ideológica a través del sufrimiento extremo.
Dumitrescu ofrece un testimonio desgarrador de cómo el terror continuo, la manipulación y la violencia extrema lograban convertir a las víctimas en verdugos. Su relato fue clave para sacar a la luz lo ocurrido en Pitești, contribuyendo a la reconstrucción de la memoria histórica sobre uno de los episodios más oscuros del comunismo en Rumanía.
Hablamos con Rafa Pisot, traductor del libro, sobre el proceso, el significado y la importancia de la memoria histórica de esta obra. Para entender mejor la dimensión de lo que narra el libro hemos introducido un contexto y he querido también compartir al final del artículo mi experiencia personal con el Fenómeno Pitești y algunos de los supervivientes.
El experimento Pitești
Entre 1949 y 1952, en un contexto de paranoia estatal, donde la ideología comunista debía imponerse a toda costa, la prisión de Pitești, en Rumanía, fue escenario de uno de los experimentos más brutales de “reeducación” jamás registrados en la historia del comunismo. Bajo el régimen de Gheorghe Gheorghiu-Dej, la Securitate —la policía secreta del Estado— implementó un programa de tortura psicológica y física diseñado para destruir la identidad y los valores de los prisioneros, muchos de ellos estudiantes acusados de oponerse al régimen. El objetivo no era solo doblegar su voluntad, sino transformarlos en delatores y torturadores de sus propios compañeros.
La mayoría de ellos eran estudiantes universitarios, considerados peligrosos para el régimen comunista debido a sus ideas políticas, religiosas o su supuesta afiliación a movimientos anticomunistas como la Guardia de Hierro. Muchos provenían de familias intelectuales, religiosas o con antecedentes en la antigua élite política de Rumanía, lo que los convertía en objetivos prioritarios para la Securitate. Se estima que unos 5.000 prisioneros fueron sometidos al programa de reeducación en la prisión y entre 100-200 murieron. Posteriormente muchas de las prácticas fueron extendidas a otras prisiones.
A pesar de la censura impuesta por el régimen comunista, los testimonios de supervivientes lograron salir a la luz tras la caída de la dictadura de Nicolae Ceaușescu en 1989, permitiendo que el mundo conociera la magnitud del horror vivido en Pitești. Hoy, el Fenómeno Pitești sigue siendo un tema doloroso dentro de la historia rumana. Sin embargo, su estudio es fundamental para comprender hasta qué punto puede llegar la manipulación ideológica y el abuso de poder en los regímenes totalitarios.
“Algunos de los horribles hechos descritos aquí pueden resultar increíbles para algunos lectores. Pero si algún día se arroja luz completa sobre todo lo sucedido en Pitești, seguramente se verá que mis palabras no expresan toda la tortura física y moral a la que fueron sometidos los más de mil presos políticos en esta penitenciaría”- G. Dumitrescu
¿Cómo surge la idea de traducir este libro y por qué?
La idea partió de Oana Moșniagu, la directora de OMEN EDICIONES, a través de un correo electrónico en el que se interesaba por mi disponibilidad para acometer el proyecto. Reconozco que para mí era un autor completamente desconocido, pero me gustó desde el principio tanto el texto como la perspectiva de colaborar con esta editorial de nuevo cuño. Así que acepté el proyecto prácticamente en el momento, al entender que era un testimonio que, por su valor humano y literario, merecía ser publicado en español.
¿Cómo fue tu primer contacto con esta obra? ¿Qué te motivó a aceptar el desafío de traducirla?
Mi primera lectura, ya realizada “con las gafas del traductor” se centró en detectar los pasajes más difíciles de trasladar al español, así como las posibles notas a pie de página que el texto podría requerir. Sabiendo que me encargaría de la traducción, la mera lectura se trocó inevitablemente en un análisis del texto desde el primer momento.
El título del libro original es Desenmascaramiento, ¿por qué en la traducción se elige el título de El hombre nuevo y qué relación tiene con el contenido del libro?
Lo cierto es que tardamos varios meses en decidirnos y barajamos media docena de títulos, pues la palabra “Desenmascaramiento” no acababa de convencernos. Al final, dado que el frustrado proyecto comunista prometía la construcción de un “hombre nuevo” a partir de las cenizas del hombre burgués y acomodado que había imperado hasta la imposición del comunismo, optamos por este título. Todo el sufrimiento acumulado durante esos casi dos años de cárcel suponía la primera etapa (la purga, la depuración, la renuncia al yo) que posteriormente configuraría la gloriosa asunción del “hombre nuevo”.
Dado el contenido tan crudo y desgarrador del libro, ¿cómo te influyó a nivel personal y emocional durante el proceso de traducción?
Antes de acometer su lectura, ya estaba sobre aviso. Había leído (y traducido parcialmente) otros pasajes relacionados con el brutal experimento que se narra en la novela, todos ellos pertenecientes a El fenómeno “Pitești”, la obra firmada por Virgil Ierunca. Era conocedor, pues, de la existencia de este proceso de “reeducación” a través de la “autocrítica” (según los términos acuñados por las autoridades comunistas) que incluía torturas recíprocas e inmensas dosis de crueldad, sadismo y ensañamiento con el débil. Todo ello en aras de fabricar lo que el propio Ierunca definió como “el clon poshistórico de la distopía comunista”.
¿Cómo abordaste la fidelidad al testimonio original? ¿Hubo momentos en los que tuviste que tomar decisiones difíciles respecto al tono o la intensidad de la narración?
El mayor desafío consistió en sintetizar bien un buen puñado de notas a pie de página que pudieran explicar la (siempre enrevesada) situación política, protagonizada por una gran maraña de partidos y alianzas. Se trata, como siempre, de no abrumar al lector con un excesivo aparato crítico que provoque interrupciones en la lectura, pero que, al mismo tiempo, facilite una correcta inmersión en la Rumanía del momento. Otro reto consistió en acertar con la jerga que se cuela en algunas páginas, además de mantener las sutilezas y el tono íntimo que, en muchas ocasiones, caracterizan la voz de este autor. Ojalá lo hayamos conseguido.
¿Hubo algún pasaje que te impactó especialmente mientras lo traducías?
Personalmente me impresiona cualquier persona o personaje que, en medio de una serie de circunstancias adversas (léase hostigamiento, hostilidad, opresión o enfermedad) sea capaz de mantener el optimismo. Cualquier individuo, real o ficticio, que dé muestras de lo que hoy llamamos resiliencia me parece un ejemplo a seguir. Y considero que este es un rasgo propio de las generaciones más veteranas, capaces casi siempre sobreponerse a una serie de impedimentos que para las siguientes generaciones resultaron montañas imposibles de escalar. Recuerdo con mucho cariño este tipo de momentos en personas de mi entorno, inasequibles al desaliento y gobernadas por un contagioso optimismo incluso en situaciones nada favorables. En este libro abundan los mensajes optimistas en medio de circunstancias objetivamente dramáticas.
¿Por qué crees que es importante que el público español lea este libro?
Hay un aspecto político que, a la luz de lo que vivimos hoy en día, resulta esclarecedor: el partido comunista (que apenas contaba con un puñado de afiliados y simpatizantes) logró acceder al poder infiltrándose entre una serie de partidos democráticos. El siguiente paso era previsible: una vez dentro del sistema, consiguió dinamitar el propio sistema llevando a cabo una política de pérfidas alianzas. Pues bien, el libro se sitúa precisamente en este periodo, y nos ofrece una información de primera mano que puede resultar muy útil para quien desee conocer más detalles “desde dentro”.
¿Cómo cree que este libro resuena con los lectores de habla hispana? ¿Consideras que hay paralelismos con otras experiencias históricas en el mundo hispano?
Estoy seguro de la universalidad del sufrimiento y de la facilidad con la que conseguimos ponernos en la piel de una persona sometida al encarcelamiento y a la tortura, al margen de que tamaña tragedia ocurra en Rumanía o en cualquier otro continente. Y, en este sentido, creo que el lector de habla hispana puede empatizar perfectamente con las vivencias del narrador. Es inevitable pensar en episodios similares acontecidos en cualquier otra dictadura o situación de máxima opresión, sea esta española, chilena o colombiana. Hay un carácter universal en este sufrimiento que inevitablemente nos interpela.
¿Qué papel juega la memoria histórica en la traducción de obras como esta?
Cualquier testimonio de estas características puede ser entendido como un intento (no siempre deliberado) de preservar la memoria. Nadie duda de que una de las posibilidades de la literatura es explorar el pasado, adentrándose en las heridas abiertas, en los traumas generacionales y en sus secuelas (conocemos tantos ejemplos, ¿verdad?), pero esta es solo una de las posibilidades que nos brinda la literatura. Como lector, puedo disfrutar igualmente de un autor que escribe desde su mundo interior, o que decide penetrar en una literatura más poética, simbolista o repleta de ficción. La literatura no deja de ser el espacio de la libertad absoluta.
Mi experiencia
La primera vez que tuve contacto con el Fenómeno Pitești fue en 2016. El Instituto Cultural Rumano (ICR) me había otorgado una beca para periodistas extranjeros para elaborar una serie de reportajes sobre las iniciativas de recuperación de la memoria histórica tras la caída del Comunismo. Haciendo inventario de las iniciativas me tope con el Memorial de la Prisión de Pitești.
Contacté al Instituto Para la Investigación de la los Crímenes del Comunismo y Memoria del Exilio Rumano (IICCMR) y entrevisté a su director Alin Mureșan, uno de los jóvenes historiadores que más ha investigado y escrito sobre este tema. Alin me invitó a participar en la Escuela de Verano donde cada año en la antigua prisión se organizan una serie de talleres con jóvenes para dar a conocer el pasado comunista, la represión y lo sucedido en esa prisión, en los que participaban algunos de los supervivientes.
Me documenté y leí varios libros sobre el tema entre ellos el “Demascarea” y cuanto más leía más difícil me resultaba creer que alguien hubiera podido concebir un sistema tan perverso. Las lecturas no fueron fáciles, pero nada se comparaba con estar en ese mismo escenario. Mientras recorrías las estancias de una prisión atrapada en el tiempo, las voces de los libros cobraban vida, las imágenes y los sonidos de las torturas retumbaban entre las paredes de la cárcel a cada paso. Fue una experiencia sobrecogedora que te hacia no sólo entender sino sentir parte de los testimonios de quienes lograron sobrevivir a esa locura. A alguno de esos testimonios pude ponerles cara porque conocí a varios de los presos que habían pasado por esa cárcel y que contaban a los más jóvenes su experiencia, a veces con la voz entrecortada.
Regresé un año después acompañando a un equipo de periodistas que grababan un documental sobre la represión comunista, a raíz de la primera condena a dos antiguos torturadores. Logramos entrevistar a uno de los pocos supervivientes que quedan, era muy mayor, pero recordaba cada detalle. Allí, sentado en una silla en medio de las habitaciones de tortura nos contó su experiencia, sus secuelas, lo difícil que resultó volver a tener una vida normal y como muchas noches se despertaba gritando pensando que seguía allí.
Lo que más me llamo la atención de él y de los otros ex-prisioneros fue su dignidad y humanidad, hablaban con calma sin odio alguno hacia sus torturadores, pedían justicia, pero no venganza y su mayor preocupación era que nadie olvidara lo que allí había sucedido cuando ellos se fueran. Contar su historia era para ellos un deber moral, histórico, una forma de sobrevivir y entender de alguna manera que todo aquello tuvo sentido.
Me preguntaba como el horror y el sadismo extremo puede llegar al lado opuesto y humanizar aún más a quienes fueron deshumanizados, hacer que no exista rencor hacia personas que te arrebataron todo o eso creyeron. No es sencillo entender lo que supuso, pero es necesario que lo contemos, que sepamos que fue y que las consecuencias tuvo pero sobre todo no debemos olvidar a quienes sobrevivieron para contárnoslo, es la deuda que tenemos con ellos.