Foto:S. Stan
Las masivas protestas de anoche tras la adopción y publicación de madrugada de un proyecto de ley que prevé despenalizar ciertos delitos de corrupción pasarán a la historia de Rumania. Se comparan los hechos de ayer con la Revolución del 89 que cambió el rumbo del país, si bien esta vez se trata de una revolución tácita y profunda que se ha ido fraguando a lo largo de estos catorce años que llevo viviendo en Rumania.
Como a muchos otros extranjeros una de las cosas que me llamó la atención al poco de llegar al país era el descaro de la corrupción social y política, lo evidente y visible que era. La clase política de esos años utilizaba su posición privilegiada para abusar, expoliar, amenazar y amedrentar a jueces, medios de comunicación y ciudadanos sabiendo que poseían las infraestructuras de poder heredado del Régimen anterior. Ante esta situación te sorprendía que la calle no hirviera, que los rumanos no expresaran su descontento salvo en privado. Ver una manifestación era tan extraño como inexistente.
No llegaba a comprender cómo era posible. Me ha llevado todos este tiempo entender el porqué. Quizá, junto al miedo, uno de los grandes daños que el régimen de Ceauşescu causó en Rumania fue la ruptura del tejido social a través de la represión y la paranoia. Cuando logras hacer que los habitantes de un país sospechen y recelen los unos de los otros se destruye uno de los principios básicos que toda sociedad necesita para poder defenderse de cualquier abuso, la confianza mutua y la unidad. El principio de divide y vencerás, aplicado al extremo durante más de 40 años, ha funcionado durante mucho tiempo,marcando la mentalidad colectiva, paralizando el activismo ciudadano en todos los niveles.
Ha dado lugar a una sociedad sometida dependiente de una figura que espera resuelva todos los problemas existentes en el país. Las esperanzas de cambio siempre han estado depositadas en un líder político, un personaje público influyente o una institución. Para quienes hemos trabajado en el sector social o no gubernamental rumano ha sido una dura lucha intentar cambiar esa pasividad,la resignación, el nada se puede hacer, el desinterés por hacer algo por el otro o junto al otro, por cambiar las cosas que no gustan, consecuencia directa de esa ruptura de conciencia colectiva.
Una de las pocas manifestaciones públicas exigiendo algo que recuerdo de mis primeros años fue la primera Marcha del Orgullo en el 2005. Apenas unos cientos de manifestantes en una maraña de policías, abucheados por la multitud, apedreados, golpeados y amenazados por grupos religiosos y de extrema derecha. La gente muy sorprendida no sólo por el motivo de la manifestación sino también por asisitir a una marcha pacífica con numerosa participación para entonces.
La entrada en la UE fue otras de las grandes esperanzas rotas de los rumanos. Creyeron que formando parte de ella las cosas serían diferentes, los problemas sociales y la corrupción se resolverían porque les obligaría una institución democrática y llegó la desilusión. De nuevo esperé que la calle se moviera, que los ciudadanos tomaran las riendas que exigieran ellos mismos ese cambio a su Gobierno pero no fue así.
En el 2009 se produjo en Rumania una alternancia de poder, algo que no sucedía desde el año 96, y un partido liberal de derechas pasó a gobernar. Coincidiendo con el cambio político se introdujeron desde las instituciones europeas unas serie de reformas legislativas para favorecer la lucha contra la corrupción que generó un marco legislativo favorable para que las instituciones judiciales y policiales rumanas pudieran llevar a cabo su labor en este sentido.
Entonces trabajaba como corresponsal para una revista italiana sobre el Tercer Sector (Sociedad Civil). En el 2012 me encargaron una serie de reportajes sobre la evolución de la sociedad civil en Rumania, un tema fascinante a la vez que complicado. Tímidamente había comenzado por entonces cierto activismo online que se iba extendiendo gracias a las redes sociales pero que no iba más allá. Por suerte y para mi sorpresa 2012 fue un año decisivo que generó importantes cambios en cuanto a activismo, manifestaciones y concienciación social se refiere. Todo desencadenado a raiz de una serie de acontecimientos sociales y políticos como la primera condena con pena de cárcel a un ex alto cargo político del anterior gobierno o una serie de maniobras políticas que llevaron a la suspensión en funciones del entonces presidente del país que movilizó a los ciudadanos.
Este año marca un punto de inflexión en la actitud de los rumanos.Independientemente de que estuvieran a favor o en contra de la suspesión del presidente o de los colores políticos lo importante fue que la gente se posicionó ante el problema.Ya se limitaban a comentar en las redes sociales, se había dado un paso más, salian a la calle a gritar su descontento no sólo ante los acontecimientos políticos de entonces sino hacía lo que ellos suponía para el país y para ellos mismos. Fue una primera toma de conciencia, como no hagamos algo y nos comprometamos nada cambiará.
Aquí se produjo un salto importante y los rumanos comenzaron a entender la importancia de no ser ciudadanos pasivos, de esperar a que suceda algo sino de presionar, ejerciendo un derecho democrático, para que ese cambio suceda.A este cambio de actitud ha contribuído sin duda el movimiento migratorio y el relevo generacional.Jóvenes que han salido fuera de Rumania, que han viajado, que han visto otras cosas, otros modelos y que han comprendido que sólo reivindicando derechos y protestando se pueden cambiar las cosas. La mecha interna la han mantenido la otra generación, la que hizo la Revolución y quedó desencantada, silenciada. Ellos se han ido sumando también a las protestas de los últimos años contagiados de nuevo por esa ilusión, por la acción de los más jóvenes.
Se suele decir el cambio no es tan grande como parece porque lo que sucede en la capital o en las ciudades rumanas más grandes no es representativo del resto del país. En parte es cierto, Rumania es un país con un alto índice de población rural y existe una brecha entre campo y ciudad pero ha habido casos de lugares pequeños, pueblos que se han movilizado para cambiar algo quizá el más famoso haya sido el caso de Pungești donde los habitantes de la zona a base de protestas lograron frenar un proyecto de fracking de la americana Chevron. Mientras que en las grandes ciudades se protestaba y marchaba durante semanas para paralizar una ley que daba mano libre a una multinacional canadiense para explotar con cianuro una mina a cielo abierto en la zona de Roşia Montană.
Del 2014 a esta parte el activismo de los rumanos ha ido en aumento. Existe un binomio online–offline que ha dado increibles resultados. Se llama a la acción online y se actua offline, ambas se retroalimetnan. Las más destacadas reivindicaciones han tenido a las marchas y protestas masivas como protagonistas con muy buenos resultados no sólo en cuanto a número de participantes sino también en cuanto a logros. Las marchas para paralizar el proyecto minero de Roşia Montană que sacaron a la calle a un gran gran número de rumanos.De nuevo unos a favor otros en contra pero aún así ejerciendo derechos de forma visible. Otro caso representativo han sido las protestas tras el incendio del club Colectiv que exigían responsabilidades políticas y exponían las consecuencias sociales de la corrupción y que forzaron la dimisión del entonces Primer Ministro Victor Ponta.
Asimismo han aumentado las formas de activismo ciudadano en Rumania. Las manifestaciones son las más visibles de ellas pero se ha tejido en estos años una red de pequeñas iniciativas ciudadanas que han generado pequeños cambios sociales. Las protestas de ayer y las que van a continuar, por este y otros motivos, en los días y meses que vienen no son fruto de la improvisación, de la furia del momento, de la manipulación como acusan algunos partidos o canales televisivos son fruto de un largo proceso, del que me alegro ser testigo y participe. Un proceso que ha devuelto a los rumanos la confianza en los otros, les ha hecho ver que solamente unidos por una misma causa se pueden cambiar las cosas y que el cambio comienza por uno mismo por salir y gritar su descontento.
No es fácil, se perderán muchas batallas pero la semilla está ahí germinado, creciendo, se ve en cada protesta a la que he asistido no van sólo jóvenes, hay ancianos, hay familias, hay niños cada vez más gente, cada vez más fuerte, cada vez más concienciada e informada. Esto no ha hecho más que empezar.
Artículo estupendo, muy incisivo y acertado. Un buen análisis de la sociedad rumana y el despertar de los movimientos ciudadanos en los últimos años.
Adelante Hispatriados.¡ Felicidades!