Rincones de Bucarest

Sobremesa

Foto: P.N

Ciudad de contrastes y plena de vitalidad, donde lo viejo que perdura y lo nuevo que nace conviven en estado de continua transformación. En Bucarest la belleza es encontrar flores en balcones y en cada parque en primavera, es descubrir bares iluminados con tenues lucecitas en jardines escondidos por alguna calle en verano, es contemplar la belleza de las enredaderas que cubren las casas con sus matices del verde al dorado en otoño y la elegancia de una ciudad cubierta por las primeras nevadas en invierno.

Por supuesto, nada es perfecto y eso también hace especial a Bucarest, con innumerables cables desfilando desordenadamente entre los postes de las calles y un estilo desalineado que puede ser molesto para los más exigentes pero que de algún modo, constituye su singularidad. Bucarest tiene el espíritu de una joven ciudad, desarreglada y vibrante, con un pasado que se respira en cada calle. 

La idea de vivir 4 años en Rumania me sonaba muy extraña e inesperada. Un lugar tan lejano y del que muy poco sabía. País de idioma latino, Europa de Este, aquel recuerdo del partido de la copa del mundo en 1994 en que esa selección eliminó a Argentina. Debe haber sido entonces, a mis 10 años, la primera vez que me pregunté por este país. 

Llegar en marzo a Bucarest, en plena celebración del Mărțișor (por la llegada de la primavera) con temperaturas bajo cero y una nieve que cubría los zapatos, continuaban añadiendo peculiaridad a este destino que podría haber definido como exótico. Sin embargo, una imprevista sensación de pertenencia me tomaba, y una discreta felicidad latía en mi corazón con el pasar de los días. Habrá sido la sorpresa de los rumanos cuando les decís que viniste a vivir acá (“¿por qué?”- preguntan asombrados), o su sonrisa cuando te escuchan hablar en español, -y la mía al escucharlos hablar mi idioma-, o la emoción al escuchar un tango en algún lugar y terminar luego en la mesa de un grupo de rumanos conversando sobre tu país. Habrá sido quizá la magia de recibir, en plena temporada de Mărțișor, un tulipán medio marchito de la mano de un hombre en el parque que le daba de comer a las palomas. Será que siempre hay una vișinată para compartir, un dulce, un cozonac. Será la sencillez y la calidez de la gente, será un extraño encanto de este país que los locales parecen no siempre ver por ellos mismos.

Hace unos meses me pidieron que recomendara tres lugares para visitar en esta ciudad que no fueran los sitios turísticos más  conocidos para una nota en una revista argentina*. Esto fue lo que escribí :

Barrio Armenio y alrededores del Parque Gradina Icoanei 

El antiguo barrio armenio y la zona que rodea al parque Gradina Icoanei es un área que conserva antiguas casonas y palacetes cubiertos de enredaderas, con jardines y patios ocultos entre calles que se extienden desprolijamente. Cada casa parece guardar una historia y a la vez se entremezclan con bares y restaurantes llenos de la vitalidad de una ciudad en continuo movimiento, que uno descubre mágicamente al abrirse una puerta, detrás de alguna reja, en algún patio. Al pasear por el barrio se pueden notar las marcas de un pasado opulento y fascinarse con un presente que guarda el encanto del paso del tiempo. El parque Gradina Icoanei está muy cerca del Barrio Armenio y es un excelente plan perderse en estas calles y dejarse llevar descubriendo bares, cafés y casas de té.

Mercado Obor

Este gran mercado nació como una feria de animales por el siglo XVII y ha ido creciendo desde entonces, siendo hoy en día uno de los más antiguos de la ciudad. Es infinito lo que se puede encontrar en Obor y cada visita se descubre algo nuevo: desde frutas, verduras, especias, panaderías, carnicerías, hasta flores y bazares de todo tipo. Los maniquíes que escoltan algunos de las tiendas de productos regionales con su vestimenta tradicional rumana son muy pintorescos. Obor es una aventura para los amantes de los mercados, y recomiendo que el recorrido incluya la degustación de algunas delicias que ofrecen los puestos de venta (si no les convidan antes, basta con señalar y preguntar amablemente: ‘’¿se poate?’’). Para mí, este lugar refleja parte de la esencia y los valores más significativos de Rumania, con los productos frescos que llegan desde las granjas y campos de productores locales. 

Ota 

En el hermoso barrio de Cotroceni, un portón de una antigua casa conduce a este bar difícil de encontrar simplemente al pasar. Un lugar secreto y exclusivo en sus orígenes, que con el tiempo se fue haciendo más popular manteniendo su atmósfera íntima. Puede disfrutarse del patio entre árboles y plantas, y de la calidez del semisótano de esta casa que abre sus puertas como bar sólo algunos días de la semana. Su dueño lo anuncia en su página de Facebook junto al menú que ofrecerá esa noche -que siempre incluye una muy rica sopa-, preparado por él mismo. En Ota suelen organizarse fiestas y funciona también como galería de arte. El ambiente relajado, la agradable atención, la buena música, la sopa casera, el ‘’vin fiert’’ (vino caliente) en invierno, o la cerveza fresca en el patio en verano, les dan a los visitantes la bienvenida con un estilo propio que deja siempre ganas de volver.

 

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