Foto: Andreea Prelipcean
-¿Cuántos chicos hay en tu clase? Me preguntó mamá.
Esta vez me quedé pensando un rato antes de contestarle aunque sabía exactamente cuantos había.
– 10, respondí y un sentimiento de culpabilidad me invadió, porque le mentía.
Ese año había un chico que me gustaba y no era de mi clase, era de la clase de los mayores. Quería ponerle a él también un „mărţişor” y solamente de pensarlo el corazón me latía con fuerza.
Todavía me acuerdo de esta conversación con mamá.Tenía doce años y faltaban apenas unos días para el 1 de marzo. Fuí con ella a comprar mărţişoare*, esos pequeños objetos con forma de flores, animales o simples hilos rojos y blancos trenzados que se prendían en el pecho. Me gustaban los más tradicionales, las trenzas rojiblancas y los que tenían forma de trébol, los de la suerte. Un trébol que deseaba darle a ese chico.
El mes de marzo me traía emociones especiales, me despertaba del letargo y me llenaba de vida.Tras un invierno largo, una pícara primavera me soplaba en la cara y me golpeaba amistosamente en la espalda. Los barrios grises adquirían pequeñas manchas de color que se entremezclaban con el verde hierba de las primeras hojas, con el azul, rojo y amarillo de la flores vivarachas de primavera. El aire desprendía una fragancia cálida. La luz del día me despertaba más temprano, una luz suave que abrazaba y acariciaba cada rincón.
El 1 de marzo muy temprano, el primer mărţişor se erguía orgulloso en el pecho de mi padre. Mas tarde, cuando se levantaban mis hermanos, era mi turno de ponérselos. Cuando llegué al colegio sentí una atmosfera de celebración, todos estaban visiblemente emocionados, chicas, chicos y profesores. Nosotras prendiamos en el pecho de los chicos, alborotados y sonrojados de tanta atención, un mărţişor de forma que, antes de empezar la primera clase todos los chicos tenían el pecho cubierto de pequeños adornos primaverales. Era una buena ocasión para acercarte y elegir el mărţişor más bonito para el chico que te gustaba. Los chicos lucían orgullosos sus mărţişoare y se pavoneaban delante de los chicos de las otras clases. Durante los siguientes días los chicos venían a la escuela llevando sólamente el mărţişor de la chica que les gustaba.
En la primera pausa tuve el valor suficiente para irme a buscarle. Estaba en el pasillo, con otros dos chicos y tenía el pecho lleno de mărţişoare. Me acerqué y apreté con fuerza el mărţişor en la mano… y regresé de nuevo a clase. Al terminar las clases mientras salía por la puerta decepcionada por mi cobardía, lo ví justo delante de mí. Se paró y se dio la vuelta cuando un colega gritó su nombre. Me acerqué y le dije: ¡Felicidades! Clavándole con la mano temblorosa el treból no sólo en la ropa sino también en la piel. Cuando oí ese ¡ay! me marché corriendo roja de vergüenza.
El 8 de marzo era nuestro turno. Los chicos prestaban atención a la chicas. Ellos venían con las manos cargadas de ramos de flores, campanillas de invierno, jacintos…. Nos los daban timidamente y susurraban ¡Felicidades! Recibí muchos ramos de flores pero ninguno del chico del trébol. Puede que no me perdonase aquel pinchazo.
Años más tarde cuando me mudé a Bucarest, me sorprendió que la tradición del mărţişor era diferente a la de mi región, Bucovina. En Bucarest y en el sur del país sólo los chicos y los hombres ponen el mărţişor a las mujeres el 1 de Marzo y también les regalan flores el día 8.
Pese a las diferencias regionales, el símbolo del mărţişor ha resistido a lo largo de la historia y ha ido cambiando de forma. En la época de los Dacos, las mujeres se adornaban el 1 de marzo con monedas y piedras blancas y rojas que ataban con un hilo para tener suerte o un año fructífero.
Una leyenda rumana cuenta que el Sol vino a la Tierra adquiriendo el rostro de una chica muy guapa (o de un chico según la versión). Pero un „Zmeu”** la secuestró y encerró en su palacio. Desde ese momento los pájaros dejaron de cantar, los niños dejaron de jugar, desapareció la alegría y el mundo entero se sumió en el dolor.
Viendo lo que sucedía sin el Sol, un jóven valiente se dirigió al palacio del Zmeu para liberar a la bella doncella.Tardo tres estaciones: verano, otoño e invierno hasta que al final lo encontró y retó al Zmeu a un duelo. El jóven luchó dia y noche hasta que venció al Zmeu y liberó a la chica.
La chica regresó al cielo y de nuevo la Tierra se iluminó. Con la llegada de la primavera los hombres recuperaron la alegría pero el joven luchador gravemente herido murió. Su sangre caliente se fue derramando en la nieve hasta que pereció. En el lugar donde la nieve se derritió nacieron las campanillas de invierno, las flores que anuncian la llegada de la primavera.
Se dice que desde entonces se honra la memoria de este jóven atando una flor roja y una blanca con hilo. El rojo simboliza el amor y el coraje del jóven y la blanca el color de la primera flor de la primavera. La leyenda dice que el mărţişor se lleva hasta que florecen las rosas o los cerezos. Es entonces cuando el hilo rojo se ata de una rosa o de una rama de cerezo. Se considera que si el árbol da fruto ese año se tendrá suerte.
Marzo y su mărţişor delicado y colorido todavía me traen recuerdos que me despiertan emociones especiales en mi estación favorita, la primavera. Hoy he recibido mi mărţişor y espero que también recibáis o regaléis el vuestro.
¡Os deseo una feliz primavera!
*mărţişor – singular; mărţişoare – plural
** Zmeu – Personaje sobrenatural negativo de la mitología rumana que puede tener forma de dragón o forma humana y que normalmente secuestra mujeres hermosas.
Un precioso relato en el que se entremezclan el despertar de la primavera y del primer amor.
Me fascina esa tradición del mărţişor , se debería exportar a otros países.
Bonita leyenda
El triunfo del bien sobre el mal, de la luz sobre las tinieblas son Universales en la construcción de los pueblos y naciones: son motivos de la mitología para explicarnos el mundo, y motivos que empleó y sigue empleando el arte en sus múltiples formas como fecundas ideas inspiradoras.