Ingenio, Ingenuos y Mal genio: Retratos de Rumanos por Corneliu Porumboiu

Miscelanea

Foto: Carátula 12.08 Al Este de Bucarest

Mi abuelo materno solía decir que los rumanos somos una isla de latinidad en un mar eslavo. Aun siendo un cliché que pasa por alto el hecho de que los húngaros, con su idioma finougrio, son aún más isla, la frase dice mucho de nosotros. Primero, que resistimos a guerras, a imperios, y a nuestros propios monstruos. Por adular, cuando no se pudo luchar, por sobornar, por hacer trampas, por aguantar. Como los lobos, como las avestruces, como los mulos. Con vergüenza, con obstinación o con ingenio, ¿qué más da? Por lo que sea, o como sea, pero resistimos. Perduramos. Segundo, que éramos “especiales.” Distintos. Profundos. Hasta hubo voces (religiosas) que decían que éramos el nuevo “pueblo elegido.” Con lo cual, claro, nadie nos entendía; O, si no, nos malentendían. Tercero, allí en la distancia, donde el mar turbio, el mar bárbaro por fin se acababa, se extendía la tierra firme a la que pertenecíamos de verdad, pero de verdad, la Civilización. Francia, sobre todo, Italia y España. También Alemania, por haber formado parte del Imperio Romano. Ellos eran nuestros verdaderos alrededores. Con ellos andábamos en la gloria. En nuestros sueños.

Siendo una isla de latinidad en un mar eslavo, pues, el nuestro ha sido un estado psicológico e históricamente complejo. Uno en el que la cobardía iba mano a mano con la soberbia, la mezquindad con un cierto tipo de nobleza, la miseria con la afectación. Una mezcla increíble que muchos han tachado, muy acertadamente, de surrealista, que aún seguimos explorando y que me parece imprescindible para comprender – o bien aceptar – a Rumania y a los rumanos, para saborear el modus vivendi rumano. Por fin, una mezcla que se ha convertido en la receta idónea para reírse en vez de deprimirse. Para “depreirse”, digamos. Es lo que hace la “nueva ola” de cineastas rumanos que andan en la gloria, en la alfombra roja del corazón de la cinematografía europea: cuatro de las ocho películas rumanas premiadas en el Festival de Cannes desde 1995 son… comedias dramáticas. (Aunque el término de “dramas cómicas” se les aplicaría igual de bien, ya que, vista de cualquier lado, una mezcla es una mezcla.)

De las cuatro comedias dramáticas premiadas, la que os quiero recomendar se titula “A fost sau n-a fost?”, literalmente “¿Hubo o no hubo?”. Recordaréis a Hamlet, por supuesto, con su “to be or not to be.” (Ya os he dicho, somos profundos…) Una pregunta existencial que tiene muchísimo peso para el protagonista. Se llama Virgil Jderescu, es el patrón de una televisión local de una pequeña ciudad de provincias que en el 160 aniversario de la Revolución Rumana de diciembre de 1989 se empeña en realizar una tertulia televisiva para aclarar uno de los mayores misterios de dicha revolución: ¿hubo revolución en su ciudad, también llamada “el culo del país” en la peli? ¿Hubo, como en Bucarest, como en Timisoara, o no hubo? La única manera de zanjar el enigma es descubrir si alguien, cualquier persona, al menos un alma, protestó frente al ayuntamiento antes de las doce y ocho minutos. Exactamente a esa hora el dictador, Ceauşescu, se fugó. Entonces, si alguien protestó antes de las 12:08, hubo revolución en la ciudad de Vaslui también; si sólo protestaron después, no vale. De ahí el título español de la película: “12:08 Al Este de Bucarest.”

El sumamente cutre plató del talk show, grabado durante casi 40 minutos con cámara fija, se convierte, mientras Jderescu entrevista a sus dos invitados y espectadores llaman para intervenir en directo, en un catálogo de tipos de rumanos y rumanas. Os los presento por orden de aparición:

El “jefe.” Virgil Jderescu es un listillo bastante adinerado como para presumir de un Mercedes (de segunda mano). Pretende ser “un hombre de cultura” y lo demuestra manejando, con torpeza, un par de citados de Platón y Heráclito al principio de la emisión. Desprecia a los que considera más débiles que él (a los invitados, a su mujer, a sus empleados) y le hace la pelota al único que le parece más fuerte: el antiguo empleado de los servicios secretos de Ceauşescu (el “securista”) porque le tiene miedo. Le obsesiona descubrir si su pequeña ciudad se rebeló antes de la salida del dictador y le deprime darse cuenta de que no hay manera de demostrarlo.

El intelectual fracasado. El invitado Tiberiu Mănescu es profesor de historia, bien conocido como alcohólico por toda la ciudad y la única esperanza de que haya habido revolución en Vaslui. Según él, el día 22 de diciembre de 1989 estaba delante del ayuntamiento con tres compañeros (dos que posteriormente fallecieron, y uno que emigró a Canadá). Gritaban “¡Abajo el comunismo! ¡Abajo Ceauşescu!” antes de las 12:08. Por mucho que los espectadores y el propio Jderescu le interrogan, insultan y amenazan, Mănescu, dubitativo, culpable y cabizbajo, sigue afirmando que sí protestó delante del ayuntamiento antes de las 12:08. O sea, que hubo revolución…

El yayo (abuelo). El invitado Emanoil Pişcoci está en el plató porque el hombre al que Jderescu había invitado inicialmente le dejó plantado. Mientras lo ignoran, se entretiene haciendo barcos de papel. Cuando le dejan hablar, Pişcoci admite con candidez que él salió a la calle después de que Ceauşescu se fugase, como la mayoría de sus conciudadanos. “Ya que la gente, aquí en nuestra ciudad, tiene miedo.” Pişcoci no entiende porque Jderescu se empeña tanto en lo de antes o después de las 12:08. ¿Qué más da? La revolución empezó en Timişoara, se extendió a Bucarest y finalmente llegó a nuestra ciudad. Tal y como se encienden los faroles en las calles por la tarde: uno después del otro. “Hombre, nosotros hicimos revolución como pudimos. La hicimos a nuestra manera.”

La maruja hecha y derecha. Maricica Dima es una vecina que vive en el bloque de enfrente del ayuntamiento. Llama al plató porque sólo quiere decir que Mănescu y sus compañeros estaban en la plaza, pero no para protestar, sino para beber “como cerdos.” Y si ahora se declara revolucionario, que sepamos que “come mierda. Perdón, que me he cabreado.” Y ¡adiós!

El jubilado pasivo-agresivo que no soporta planteamientos racionales. Vasile Rebegea llama al plató para felicitar a Jderescu por su brillante emisión. Niega rotundamente que haya habido alguien delante del ayuntamiento antes de las 12:08 – y él lo sabe bien porque por aquel entonces trabajaba como portero en el ayuntamiento. En su propia defensa, Mănescu le hace una serie de preguntas modelo heurístico que sacan de quicio a Rebegea, que acaba por mandar al diablo a todos y a la revolución, porque ¡Con Ceauşescu era mejor!

El “securist” convertido en nuevo rico. Costel Bejan llama para declararse ofendido por Mănescu. Con sangre fría y con un tono calmado explica que había trabajado en la Securitate como contable. Que la contabilidad es “una profesión, una ciencia e incluso un arte.” Que en ningún caso le pegó a Mănescu el 22-D. Que ahora lidera tres compañías prosperas y no va a permitir que un borracho le manche la reputación. Si su nombre se pronuncia una vez más en el programa de Jderescu, la justicia le hará pagarlo muy caro.

El extranjero positivo. El chino Chen, afincado en Vaslui, dueño de un pequeño negocio al que Mănescu había tomado el pelo la noche anterior a la emisión, llama para decir que Mănescu no es un mentiroso, sino un hombre bueno y honrado, y que la gente no debería juzgarle sólo porque bebe. Típicamente, las alabanzas ajenas le sientan mal al “jefe”: “La revolución rumana no es asunto tuyo.” Sin embargo, Chen continúa con tesón defendiendo a Mănescu: “Es una lástima que insultéis así a un hombre inteligente y sincero. Esto no me gusta de vosotros, los rumanos: que habláis mal uno del otro.” ¿Os suena?

La señora sabia. Estamos al final del programa. Jderescu está profundamente cabreado: su ambición por descubrir la revolución en Vaslui se ha hecho pedazos y la realidad le vuelve a rodear – los mismos “inútiles” conciudadanos, la misma ciudad de medio pelo. Mănescu está callado; llevaba tiempo rompiendo una hoja de papel en trocitos; ahora ha acabado esta tarea y espera en silencio a que se acabe todo. Pero hay una última llamada. Una voz de mujer. Tina, cuenta que su hijo fue fusilado el 23 de diciembre 1989 en Bucarest. Jderescu se apresura darle el pésame, pero la mujer le interrumpe. A, no, no les había llamado por eso. Sino porque está nevando. Los tres hombres se quedan atónitos. “Sí, está nevando como antaño. Disfruten, señores, de la nieve, porque mañana habrá barro de nuevo. ¡Feliz Navidad!”

Los invitados se marchan. Jderescu se va. Costel el cámara recoge el barco y los pedazos de papel de la mesa y se va. En el plató vacío queda sólo la imagen del fondo que había sido testigo mudo a lo largo de la tertulia. Es una foto del edificio del ayuntamiento, gris debajo de un cielo nublado, al fondo de una plaza desierta. El edificio delante del que hubo o no hubo. Es la isla de la que os hablaba al principio. Con sus fantasmas: los miedos, los sacrificios, las mentiras, los desencuentros, los insultos, las confesiones, las alabanzas, los sueños. En fin, un paisaje provinciano. Somos un país provinciano. Hombre, somos el país que hemos podido ser, un país a nuestra manera. A ver, ¿está nevando afuera?

“A fost sau n-a fost” / “12:08 Al Este de Bucarest” (2006), una comedia satírica dramática dirigida por Corneliu Porumboiu y producida por Agustín Almodóvar y Esther García, ganó la Cámara de Oro en el Festival de Cine de Cannes de 2006. The Times la describió como “una delicia graciosa que cuestiona la naturaleza de la constancia histórica y las realidades de la Rumania poscomunista con un tono astutamente cómico y desarmadamente autoirónico.”

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