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Cuando en los años veinte Mihail Sebastian ( Brăila, 1907) llega a estudiar a la ciudad, Bucarest es la capital de una Rumanía eufórica. El país ha acabado la I Guerra Mundial del lado de los vencedores y ha doblado sus territorios con la anexión de Besarabia, Bucovina y Transilvania. En las nuevas regiones viven cientos de miles de húngaros, alemanes y judíos, que supondrán para el país un colosal impulso humano hasta que la ceguera nacionalista lo arruine todo.
El Bucarest que recibe a Sebastian es una ciudad vibrante y efervescente, la capital cultural de Europa del Este. Entusiastas arquitectos locales crean nuevas escuelas y jóvenes escritores se lanzan a las formas europeas superando el estereotipo del campesino rumano. Rumanía parece decidida y capaz de superar el trecho que durante siglos la ha separado de Europa.
No tardará Sebastian en integrarse en la pujante elite intelectual bucarestina. Junto a su íntimo amigo Mircea Eliade y otros brillantes intelectuales en ciernes forma bajo la guía espiritual del carismático filósofo Nae Ionescu la joven generación, quizá la expresión más clara del espíritu de la época. El joven Sebastian escribe cientos de artículos de periódico, finísimas novelas y obras de teatro. Apura las noches en elegantes cafés al lado de Eliade y sus amigos, entre los que se mueven chicas guapas y sofisticadas, algunas actrices.
Todo marcha bien para Sebastian. Con su carisma y talento está conquistando el mejor Bucarest que se recuerda. Pero Mihail Sebastian apunta maneras de intelectual escéptico. Y aunque casi nunca lo ve como algo más que una simple circunstancia, es judío.Y no son buenos tiempos en Rumanía para los intelectuales escépticos y los judíos.
Al calor del clima general europeo y redoblando el tradicional antisemitismo de la clase dirigente rumana pisa fuerte la místico-nacionalista Guardia de Hierro. De la marginalidad ha pasado a conquistar las universidades. Es el principal factor de desestabilización para la decadente y corrupta monarquía constitucional vigente y ha seducido a destacados intelectuales, entre ellos, sí, a Nae Ionescu y Mircea Eliade, que son mucho de la vida bucarestina del judío Sebastian.
En estas circunstancias, en febrero de 1935, cuando Mihail Sebastian tiene 27 años, comienzan los Diarios. Están escritos en tono franco y el estilo limpio y claro que le es natural. Recogen la caótica y vacilante vida amorosa de Sebastian, sus reuniones con amigos, las noches escuchando en la radio conciertos europeos de música clásica, los problemas para cerrar un capítulo o la satisfacción de haber conseguido un personaje pleno para una novela. Describen con agudeza y cierta ironía encuentros, viajes y situaciones. Los estados del alma de un Sebastian melancólico que a menudo se siente viejo y solo y ansía con todas sus fuerzas ser feliz cuando el primer sol de primavera pone fin al crudo invierno.
Y desde el principio, tras los temores y esperanzas interiores del hombre, el trasfondo del creciente antisemitismo que se apodera de toda la sociedad rumana con la influencia de la Guardia de Hierro en la vida pública, su llegada al poder y su salida sangrienta y la dictadura del filonazi Mariscal Antonescu.
Si primero son poco más que molestas anécdotas y malos augurios, los signos de antisemitismo se van extendiendo y concretando en su entorno más cercano y en toda la sociedad rumana. El miedo y el asco por lo que ocurre achican progresivamente el espacio de las melancolías y angustias vitales que le ocupaban. Los amigos judíos no convienen en la Rumanía de la Guardia de Hierro y el Mariscal Antonescu. Sebastian ve con estupefacción cómo sus mejores abrazan causas que le condenan. Se queda solo y aislado. Como judío se le prohibe ejercer la abogacía, publicar. Sobrevivir se convierte en una tarea difícil. Después se le obliga a entregar su radio y a limpiar de nieve las calles en un regimiento de trabajos forzados.
La presión se vuelve cada vez más asfixiante. En enero de 1941, en un intento de golpe de Estado de la Guardia de Hierro, los fascistas rumanos arrasan los barrios judíos en tres días de locura y enfrentamientos con el Ejército. Escondido en su casa, Sebastian escucha aterrorizado los disparos y los cánticos. Cuando todo acaba pasea por la ciudad devastada y conoce el saldo: 127 judíos muertos, algunos de ellos colgados de los ganchos de un matadero bucarestino con la inscripción carne Kosher. Hay noticias de crímenes masivos de judíos por parte de las tropas rumanas en el frente de Besarabia. Hay noticias de los campos de la muerte que los alemanes aliados de Rumanía hacen funcionar a pleno rendimiento en Polonia.
Y hay que seguir viviendo. ¿Cuándo les tocará a ellos, a los judíos de Bucarest? ¿Es cuestión de semanas, de meses, de un año? Sebastian se plantea vagamente huir, pero no demasiado en serio. Tiene a su madre y su hermano. Y no es un héroe, ni siquiera para consigo mismo. Pero lejos de pensar sólo en su suerte, Sebastian sufre también por la injusticia y la sinrazón. Asiste atónito a la frivolidad de los intelectuales que le rodean, a su indiferencia con la guerra y las penalidades que el nazismo y sus aliados hacen pasar a millones de personas, algunas como el propio Sebastian muy cercanas a ellos.
Y pese a todos los sufrimientos, en ningún momento desaparece de sus notas la curiosidad por las situaciones y personajes con los que se cruza. La tristeza y la decepción siempre le ganan al odio. Aparece la rabia, pero la mirada de Sebastian permanece clara y nunca se turba. Una mota de ironía piadosa está siempre presente en sus reflexiones, sobre la guerra, las traiciones o el amor.
Centrado ya casi exclusivamente en la marcha de la II Guerra Mundial, en la que le va la vida, resiste a la desolación leyendo a Shakespeare y en escasas reuniones con amigos.
Y así, en agosto de 1944, vive con alivio y alegría confusa la llegada de las tropas soviéticas a Bucarest. Aunque le espanta su „salvajismo cándido”, por fin se siente fuera de peligro, libre. Entre el baile de travestismo de muchos intelectuales por agradar a las nuevas autoridades, comienza la rehabilitación de Sebastian para la vida pública.
La última nota del diario es del 31 de diciembre de 1944: „Último día del año. Me da vergüenza estar triste. Es, con todo, el año que nos ha devuelto la libertad”. Pero no podrá disfrutarla por mucho tiempo. Un camión del Ejército soviético lo atropella mientras espera el tranvía seis meses después, cuando iba a dar su primera clase a la universidad.
Diario (1935-1944), de Mihail Sebastian, ha sido publicado en español por la editorial Destino (2003), en traducción de el que fuera director del Instituto Cervantes de Bucarest Joaquín Garrigós.