Añorada Navidad

Historias

Foto: Andreea Prelipcean

Érase una vez una nevada grande que envolvió todo el barrio. Los bloques de pisos grises se sentían un poco incómodos con la señora vestida de blanco que abrazaba árboles, personas y casas…Me encantaba la señora de blanco y los copos de nieve que iba regalando; esperábamos con excitación nuestros encuentros con ella y casi siempre venía acompañada de otra señora a la que deseaba: vacaciones de invierno.

Con las caras enrojecidas corríamos hasta la cima del pequeño cerro de al lado del terreno donde solíamos jugar y nos tirábamos con el trineo que volaba hasta la calle. Una vez, y otra, y otra más…La noche iba cayendo, sudados y enrojecidos seguíamos chocándonos con los trineos y tirándonos bolas de nieve unos a otros.

La voz de mamá resonaba entre en bullicio de los trineos: “¡Mihaela sube a casa!”

Otra voz, otra madre, el mismo tono llamaba a sus hijos. Mi ruego, el de mis hermanos y el de los otros niños sobre los trineos era siempre el mismo “¡Cinco minutos más por faaaaa!”. Los minutos transcurrían y el tono amenazador de mamá nos empujaba a casa.

En casa entre los gestos y quejas de mamá, preocupada por que no nos resfriáramos, nos recibía la sonrisa de papá. Nos cogía de la mano y nos llevaba hasta el salón. Al lado de la ventana, majestuoso, nos saludaba el árbol de navidad. Encima de la mesa nos esperaban naranjas y bombones cubiertos de chocolate en polvo que papá recibía en la fábrica. Año tras año la cesta de la fábrica nos anunciaba la Navidad. Decorábamos el árbol con luces de colores, bolas rojas, hilos dorados y colgábamos los bombones con envoltorios de celofán. Cuando el árbol estaba listo apagábamos la luz y mamá encedía las luces del árbol. Sentados a su alrededor observábamos el baile de luces y a escondidas robábamos algún bombón. “No van a llegar a Navidad estos bombones”, nos decía, arrojándonos una mirada tierna a mí y a mis hermanos.

Por el rellano de la escalera se oían las voces de los niños cantando villancicos, corriendo por las escaleras y llamando a las puertas. De las cocinas salían olores mezclados de cozonac, de cornulețe, de asado de cerdo y de sarmale. Papá ponía las tripas en la máquina para la chișcă y las rellenaba con la mezcla preparada con el cerdo sacrificado que habían traido los abuelos.

De vez en cuando se oía un repiqueteo fuerte en la puerta. Mamá abría y respondía con alegría: “¿De quién eres tú? ¡De María, la de la tienda!. ¡A ver vamos a escucharte!”. Apiñados en la entrada escuchábamos embrujados y con un poco de envidia. Era muy “pequeña” decía mamá para dejarme ir a cantar villancicos. Los niños seguían llamando de puerta en puerta con los bolsillos rebosantes de dulces, galletas y monedas.

Las horas se escurrían lentamente en Nochebuena. Mis hermanos y yo montábamos guardia alrededor del árbol; este año Moș Crăciun no tendría escapatoria. Ibamos a hurtadillas hasta el árbol para ir sacando uno a uno los bombones. Mi hermano pequeño siempre tenía la cara llena de restos de chocolate. En la parte de abajo del árbol, los envoltorios inflados daban el pego pese a que no tenían nada dentro sólo se salvaban los bombones de la parte arriba donde todavía no alcanzaba.

Al caer la noche mamá nos reunía en la mesa de la cocina y bromeaba con papá : “¿Tu crees que vendrá Moș Crăciun este año? No han sido muy buenos.” Papá respondía sonriéndonos a cada uno de nosotros “Esperemos”. De repente se oían unos fuertes golpes en el balcón y papá decía: “Ha venido Moș Crăciun” y corríamos todos alrededor del árbol buscándolo. Pero Moș Crăciun era más rápido que nosotros. Siempre venía mientras cenábamos en la cocina y para cuando llegábamos al salón ya se había marchado. Cada año me prometía que me quedaría allí cerca del árbol, aunque me quedara sin cenar. Debajo del árbol me esperaban chocolatinas y una muñeca. Este año había sido buena. El año pasado Moș Crăciun no había sido generoso.

Las mañanas anteriores a la llegada del Año Nuevo me levantaba al ritmo de tambores y gritos. Saltaba de la cama y corría hacía la ventana emocionada. “¡Han llegado los enmascarados!”.

Doctores, brujas, osos, y cabras asaltaban la callecita invitándonos a todos a asomarnos a las ventanas, a cantar y a bailar con ellos. Gritaban todo tipo de buenos deseos para el año entrante, algunos mas “picarones” que otros. A veces no los entendía y mamá me daba conversación para que no los escuchara. Algún que otro vecino salía y les invitaba a un trago de țuică o rachiu (aguardiente), cornulețe y cozonac. Las mujeres no se atrevían a salir de casa. Los enmascarados las habrían rodeado y las habrían retenido con un vaso de țuică y cantado hasta sacarles los colores.

El sonido de los tambores se oía durante horas acompañados de los gritos de los hombres “ța, ța, ța căpriță ța…”. El baile se pronlongaba hasta altas horas de la noche bajo el resplandor de las luces multicolores de las casas. El barrio vibraba colorido.

Desde la ventana la señora de blanco parecía satisfecha. Su buena amiga La Navidad todavía no se había marchado. La casa todavía olía a abeto y a cáscara de naranja. Los envoltorios de los bombones colgados de las ramas todavía mantenían los restos de chocolate. La señora de blanco y la Navidad esperaban a su viejo amigo el Año Nuevo…

Y…Colorín colorado este cuento navideño se ha acabado.

 

Espero que hayaís sido buenos y que Moș Crăciun sea generoso con vosotros.

¡Felices fiestas y Feliz Año Nuevo!

Glosario:

  •  Cozonac: Pastel tradicional rumano relleno de frutas confitadas o de nueces y chocolate.
  • Cornulețe: Dulces típicos rumanos en forma de pequeños conos que se rellenan con compota de ciruelas o frutas confitadas.
  • Chișcă: Salchicha tradicional hecha con arroz, carne de cerdo y especias.
  • Moș Crăciun: Denominación rumana de Papá Noel.
  • Țuică: Aguardiente de ciruela o de otras frutas.
  • ța, ța, ța căpriță ța…” = „ta ta tu cabra…” (rima popular de la canción El baile de la Cabra).

 

1 thought on “Añorada Navidad

  1. Preciosa narración de Navidad recordada. Dan ganas de sumergirse en ese universo y probar ese cozanac y echar un trago de tuica al amor del fuego en buena compañía.

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