Mi primer amigo en Bucureşti

Sobremesa

2007, noviembre…dos semanas después de llegar a Bucu, por fin encuentro mi sitio…

Paseando llego a Cişmigiu, el parque de mi corazón y me siento en un banco con un libro no muy especial y música en mis oídos que me anima la tarde, al sol… el mejor sol, ese sol que calienta lo justo cuando hace fresquito y te saca la sonrisa sin darte cuenta. No me podía imaginar un mejor comienzo de mi nueva vida…

Apenas media hora más tarde, se acerca despacio un viejito con sombrero, elegantemente vestido, zapatos gastados y bolsa de plástico en mano, todo un clásico.

Sus ojos azules, casi transparentes, localizan al instante un hueco libre al sol, ese espacio tan codiciado frente al lago, por el que todo paseante lucha en una tarde invernal y elige sin mucho pensar con quien compartirlo, contento al conseguir su objetivo.

Ese banco es el mío, en el que yo estoy sentada a la derecha, con las piernas cruzadas sobre el banco, leyendo mi libro.

-Bună seara domnişoară, pdfhjoasieeeja…???

Me quito los auriculares corriendo y lo miro sin entender una palabra de lo que me dice, con el ceño fruncido típico que sale cuando miras a alguien a contraluz, que además dice palabras incomprensibles y que te saca de golpe de tu propio mundo e inmediatamente aparto mi libro a un lado y me doy cuenta que me está pidiendo permiso para sentarse junto a mí.

No hacía falta entender el idioma para darme cuenta de lo que este tipo tan educado me quería decir y enseguida, un poco acelerada entre aspavientos y el idioma no común, el inglés, le indico que por favor se siente a mi lado, que no hay ningún problema.

Él sonríe, se arregla su abrigo y se sienta, echando la cabeza hacia atrás para recibir el sol de pleno en su cara, inspirando profundamente. Mientras yo, por el rabillo del ojo pero con el libro en mi regazo que me ayuda a disimular, le observo a hurtadillas y pienso que este hombre ya me tiene ganada.

Unos minutos más tarde, mientras sigo leyendo sin leer, el viejito se dirige a mí, hablando alto y muy despacio en rumano, de esa manera que tenemos todos de intentar hacernos entender con la intensificación de volumen, como si las palabras se fueran a volver comprensibles por el mero hecho de dejar sordo al de al lado. De dónde eres, cómo te llamas, cuántos años tienes… y un sinfín de preguntas más, muy sencillas, se agolpan en su boca, en sus manos, en su mirada, de tal forma que sin saber muy bien cómo conseguimos entendernos y presentarnos, ponernos en conocimiento básico el uno del otro. Este señor de 66 años, se convierte así en mi primer amigo en mi nuevo país.

El sol se empieza a esconder y los huesos ancianos ya no están hechos para soportar el frío sin moverse, así que nos ponemos en marcha hacia Universităţii, caminando por Regina Elisabeta, donde él tomará su autobús hacia casa y yo seguiré caminado hacia la mía.

Si el domingo que viene hace sol, nos volveremos a ver.

Así pasa la semana, la parte del fin de semana que pertenece a la juventud se agota y el domingo ilusionada me dirijo de nuevo al parque de Cişmigiu, donde tengo la esperanza de volver a ver a Gavrile. Esta vez no sólo llevo libro y música sino que también me he hecho con un diccionario tamaño bolsillo, cuaderno y lápiz para apuntar, que son muchas cosas las que Gavrile me tiene que enseñar.

Dando una vuelta junto al lago, me siento en un banco en el mismo paseo donde conocí a mi nuevo amigo y espero paciente su llegada…

¡Gavrile! ¡Gavrile!, le hago gestos con la mano cuando le veo a lo lejos escrutando cada banco, no sé si buscándome a mí o buscando un huequito al sol, pero su sonrisa al reconocerme transmite cierta emoción y automáticamente acelera el paso dirigiéndose hacia mí, gritando mi nombre.

De nuevo viene con su bolsa naranja de plástico, una de esas bolsas con las letras impresas medio borrosas de tanto uso, arrugadas y estiradas en el asa, de donde pueden salir todo tipo de periódicos gratuitos y ofertas de supermercados del barrio; esta vez guarda un artículo sobre el proyecto de una nueva catedral que se planea construir en Bucarest, tema que utilizamos de arranque en este nuevo encuentro.

Muy despacito, entre artículos y el diccionario, me va enseñando rumano, las primeras frases necesarias para la comunicación. Este nuevo rol como docente le sienta fenomenal, nos lo pasamos en grande intentando entendernos y a pesar de no conocerlo apenas, podría afirmar que está feliz.

Gavrile es periodista, trabajó durante treinta años para el único periódico del régimen en Presei Libere, habla cinco idiomas (rumano, ruso, búlgaro, checo y otro que no recuerdo) y tiene tantas aventuras en sus carnes que me resulta una de las personas más interesantes que he conocido en mi vida. Decidimos andar un poco por el parque y Gavrile tiene una historia para cada rincón de Cişmigiu, son tantas las cosas que me cuenta que mi cabeza no da más de sí, así que nos vamos dando un paseo hacia Piaţa Revoluţiei, de vuelta a casa.

Se nos acaba la tarde, pero el domingo que viene no queda tan lejos y sólo espero impaciente que haga sol… pero no lo hizo…y hubo que esperar algún domingo más para reencontrarnos.

Cuando volvimos a vernos, Gavrile me preguntó si me sentía “sportiva” (yo casi me muero de risa allí mismo) y le dije que claro ¡a ver qué tenía pensado este hombre! Así que arrancamos directamente a andar y desde Cişmigiu salimos por Regina Elisabeta, cruzamos el Dâmboviţa, Parcul Izvor, Casa Poporului, llegamos a Piaţa Regina Maria y de allí tomamos Mărăşeşti y Calea Şerban Voda para acabar en el parque Tineretului… ¡Madre mía! Entonces entendí el porqué de su pregunta…jajajaj  ¡Él sí que estaba “sportivo”!

En el camino hablamos de muchas cosas, yo le contaba cómo se cocinaban recetas españolas y sobre la vida en Madrid y él me hablaba de su vida, de su mujer fallecida 10 años atrás, con quien se había escapado, literalmente, unos días a Polonia, poniendo en peligro su puesto de trabajo e incluso la libertad de ambos y a quién echaba de menos más que a nadie en el mundo. Ella era lingüista, se dedicaba al esperanto y gracias a esta afición tan particular habían tenido la oportunidad de conocer gentes y lugares muy dispares, siempre en la medida en que la situación política de Rumania se lo permitió… nunca tuvieron hijos y a Gavrile apenas le queda familia fuera de Bucarest.

Con el tiempo fue más difícil vernos, el invierno se hacía más duro y yo fui encontrando a más gente en el camino que me hacía saltarme las tardes de domingo en Cişmigiu. Gavrile no tenía teléfono, así que nuestros encuentros estaban condenados al más auténtico azar.

En el tiempo que pasé en Bucarest, tres inviernos en total, volví a ver a mi viejito en varias ocasiones, conversábamos mucho, él siempre me felicitaba por mis avances con el idioma y me traía regalos en las fechas señaladas, aunque estuvieran atrasadas varios meses, lo que me hacía imaginarle cada vez que venía al parque cargado con su bolsa naranja, por si acaso nos encontrábamos.

Cuando llegó la primavera, la última que pasé en esta ciudad, hacía meses que no veía a Gavrile. Salía a correr por las tardes y siempre iniciaba mi recorrido en Cişmigiu, con la esperanza de cruzarme de nuevo con él, hasta que una tarde… ¡Zas allí estaba! ¡Casi lo mato de un susto cuando le saludé gritando desde lejos mientras iba corriendo hacia él! Nos abrazamos y nos pusimos locos de contentos y quedamos para el día siguiente sin falta en el parque.

Así sin más llegué con un libro, esta vez para él, quería darle un regalo de despedida. Él me trajo mil cosas y su dirección postal ya que por fin había conseguido todos los permisos necesarios y había arreglado una casita modesta que había pertenecido a su mujer, por la que llevaba luchando mucho tiempo y le había mantenido ocupado desde que no nos habíamos visto. Dimos un paseo, como no, por nuestro parque, conversando sin parar sobre la vida, literatura, filosofía y los problemas del día a día… Como siempre, un placer señor Gavrile Ehimov.

1 thought on “Mi primer amigo en Bucureşti

  1. acabo de entrar en Hispatriados. Estoy explorando sus contenidos en el INICIO, he leído la tiena historia de Mi primer amigo. Me gusta lo que veo y el estilo de Hispatriados.

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