Siguiendo la corriente

Historias

Foto: TD

Como cada mañana, Dora prepara el café así como ha visto prepararlo a su madre durante los últimos 40 años de su vida, en el ibric. Pone el ibric con agua en el fuego, saca el paquete de Jacobs y añade dos cucharadas colmadas de café.

Enciende la tele donde la voz alarmada de la reportera de Pro TV habla del accidente que acaba de tener lugar en la DN1 tras volcar un maxi taxi. Escucha la noticia con indeferencia mientras piensa en lo que se va a poner hoy par ir a la oficina. La temperatura y la humedad de la habitación van creciendo pese a que solamente son las 8.00 de la mañana del mes de junio. Cambia apática de canal abanicándose con el periódico Ring de ayer que yace sobre la mesa de la cocina mostrando las últimas peripecias de un cantante manelista y el nuevo implante de pechos de una conocida vedetă nacional. El ibric burbujea inquieto, Dora apaga el fuego, abre el grifo y añade unas gotas de agua fría aguardando a que los posos del café se depositen en el fondo.

Sube el volumen para escuchar el horóscopo en la tele, tras lo cual vierte el café humeante en la taza blanca, se queda mirándola intentando recordar si fue un regalo de sus compañeros de la oficina o de su madre. Se parece mucho a un juego de tazas que había en su casa. Saborea concentrada su café sin azúcar. Cambia de canal, dos reporteros informan de un nuevo caso de corrupción política, espera 30 segundos y cambia mientras mueve la cabeza de un lado a otro como si negando enfrente de la televisión pudiera sacudirse del pensamiento lo que acaba de oír, negar para cambiar una realidad que le acompaña cada día. Demasiados años sorbiendo el café con el mismo son de fondo.

Abre la nevera y saca una tarrina de icre, lo unta en un trozo de franzelă que le sobró del día anterior y mastica la pasta de huevas de pescado en silencio, absorta en las rutinas de la oficina que están a punto de abordarla de nuevo. Se da una ducha rápida y sale de casa para coger el autobús que pasa por su puerta y que la lleva a su trabajo en el centro. El 333 siempre pasa puntual a la misma hora. Hoy, no se ha secado el cabello “Hace calor y el viento me lo secará” se dice mientras sube de un salto al autobús.

El 333 está siempre lleno a las 8.30, estudiantes repasando apuntes, personas en traje que hablan por teléfono. El piar de los mensajes de whatsapp se superpone con las conversaciones en voz queda de dos señoras maduras que van de compras con su bolsa de nylon. Al lado de Dora hay una anciana con un trozo de algodón protegiéndole el oído derecho, hojea su libro de oraciones. De vez en cuando levanta la cabeza para comprobar la parada en la que se encuentra. Un señor de unos 50 años que acaba de subir sudando se quita la chaqueta y abre la ventanilla situada detrás de ellas.

La anciana instintivamente se tapa la otra oreja, mira fulminantemente al caballero y con voz queda susurra al oído de Dora: “Ten cuidado….te puede coger en cualquier momento”. Dora mira fijamente a la señora por un segundo, le sonríe complaciente mientras las puertas del autobús se abren para dejar ver el imponente edificio donde trabaja. Las puertas se cierran y la señora mayor continúa mirándola fijamente durante unos metros.

Dora piensa un instante que la pobre señora no sabe muy bien lo que dice, no ha entendido que ha querido insinuarle. Su mente se centra ahora en los informes, fotocopias y demás que tiene pendientes. Sube las escaleras del edificio.

“Bună dimineața”!, saluda al portero que responde a su saludo con un: Să trăiți, domniță!

Dora acelera el paso y se adentra en el oscuro corredor que conduce a la oficina. En el pasillo repiquetean sus tacones y el traqueteo de la fotocopiadora. Dobla la esquina, abre el archivador metálico del pasillo y saca un par de carpetas para revisarlas antes de hacer fotocopias. Empuja la puerta de madera, desde la que se entreven las dos habitaciones que conforman su oficina, separadas por un muro. Los enormes ventanales dejan entrar un haz de luz que ilumina las docenas de carpetas apiladas sobre la mesa.

El calor es insoportable, se dirige a la ventana y la abre. Se asoma por curiosidad, el flujo de coches de la avenida principal inunda la habitación de cláxones y frenazos, debajo de la ventana, en el balcón los fumadores madrugadores apuran su café antes de comenzar la jornada. Dora respira profundamente mientras su cabello aún mojado gotea sobre sus hombros. De repente desde la otra parte de la habitación un grito desgarrador le hace girar la cabeza…

Curentttttt, închide fereastra! Ești nebună?! Ne trage curentul!

 

– Ștefan, Ștefan levántate tati, que vas a llegar tarde!

Imediat….

– Vamos, vamos que se te enfría el café.

Ștefan se levanta lentamente, se frota los ojos, mira su smartphone y de reojo al quicio de la puerta para ver si su madre ya se ha ido. Piensa en lo absurdo de la situación, a su edad y de nuevo en la casa familiar, quién iba a pensar que un director de publicidad de 45 años llegaría a vivir en casa de sus padres. Se mira al espejo y sonríe irónicamente a su propio reflejo, se echa agua en la cara borrando cualquier resto de remordimiento.

En la cocina huele a café. Se sienta en la silla que hasta hace cinco años ocupaba su padre cada mañana. Mira el hule de flores que cubre la mesa desde siempre. Se concentra en los dibujos, en las perfectas margaritas que salpican la mesa. Su madre se mueve ágilmente en la estrecha cocina. Siempre ha admirado su incasable energía. Ahí está a las 6.00 de la mañana preparando el desayuno. Se queda mirándola fijamente, cada movimiento, cada onda de su delantal, el moño que recoge su pelo cada vez más cano, el cuidado con el que casca los huevos y los pone en un bol tradicional de cerámica rumana que compró del mercado cuando apenas era un crío. Sin saber muy bien como este último recuerdo le hace pensar en su hija, en su mujer, en su matrimonio fallido, en las largas horas que ha pasado en la oficina construyendo su carrera, dedicándose en cuerpo y alma a la publicidad y todo para qué, para acabar perdiéndolo su casa, su familia, su vida.

La manilla del reloj de la cocina se mueve al son de sus pensamientos. Son las 6.10 y su madre ha terminado de hacerle la tortilla, le corta unos tomates, un poco de queso, unas aceitunas y un trozo de jamón ahumado de ese que tanto le gustaba de pequeño. Le pone el plato delante:

– Come que vas a llegar tarde, y te preparo el almuerzo para que te lo lleves a la oficina. No vayas a comer vete tu a saber que comistrajos que te sirven en estos restaurantes modernos de ahora. Le ponen aditivos a todo, todo lleno de E. No se hacen comidas como las de antes, sanas, tradicionales, una buena sopa como está mandado.

¿Te hago un bocadillo?

Ștefan escucha a su madre de fondo y mastica sin prisa mientras verifica la página de facebook de su agencia de publicidad. Mira y remira los comentarios, los me gusta que ha recibido desde hace media hora. Compulsivamente desliza el dedo por la pantalla de arriba abajo, hace click para entrar en la cuenta de twitter y verificar lo que publicó ayer. Su madre le retira el plato y le pone el café.

– Ten cuidado que quema, te he puesto una de azúcar.

– Gracias, gruñe Ștefan.

– Deja eso, hombre que te va a sentar mal la comida de tanto estar embobado mirando la pantallita.

No se molesta en alzar la vista para responder a la observación sobreprotectora de su madre. Quizá para evitar una discusión. Para que decir nada, de todas formas ella es como es yo como soy y no va a cambiar nada. Mejor me tomo el café en silencio.

La madre sale de la cocina y se va hacia el balcón a coger una de las conservas que preparó este otoño y que con tanto mimo ha colocado y recolocado escribiendo a cada uno una etiqueta con su torpe caligrafía. Ștefan aprovecha para abrir la ventana y encenderse un pitillo.

-¿Qué haces? ¿Estás loco?  Quieres que te pase como al señor Măruță del cuarto, que se quedó paralizado por hacer lo mismo y menos mal que su mujer se fue a la iglesia y le puso unas velas y el señor lo curó si no estaría paralizado del cuello para abajo.

-¿ Te acuerdas de la señora Ramona, la del tercero pues le dio una embolia por estar con las ventanas abiertas de par en par.

-¿Me oyes? ¿Quieres que te coja la corriente o qué?

– Cierra la ventaaaaaaaaana que me vas a enterrar, como luego me resfríe va a ser por tu culpa..

Se oye un portazo y un grito que dice:

-¿Ves?, E cureeent, ¡Quítate de la ventana ahora mismo!

En Rumania curentul (la corriente) es ese enemigo invisible que aparece cuando  menos te lo esperas. Capaz de generar tantas enfermedades como uno pueda imaginar, desde parálisis hasta sordera. Todo el mundo conoce o habla de ese alguien al que le dolían las muelas, tuvo una parálisis facial o un resfriado enorme que casi lo mató por una corriente de aire.

La corriente es esa energía que existe, que no se ve pero se siente. Es ese ser misterioso que aterroriza a niños y mayores desde la cuna y que se transmite de generación en generación: “¡Ponle un gorro de lana al niño, aunque haya 40 grados, porque le va a dar una corriente y se va a poner malo!, ¡No abras dos ventanas que te va a acoger la corriente, no salgas con el pelo mojado que te coge la corriente!”

Ese miedo que genera es una mezcla de mito y realidad. La corriente forma parte de la sociedad rumana, convive con las personas y aunque es algo difícil de entender para quien no es rumano no te queda otra opción que seguir los consejos, que seguir la corriente.

Como dice Bob Dylan: “La respuesta, amigo mío, está soplando en el viento.”

 

  • Ibric = Café de puchero
  • Jacobs = Marca popular de café
  • Maxi taxi = Microbus o furgoneta de transporte en común
  • Ring = Periódico gratuito de prensa amarilla
  • Manelista = Cantante de un género musical denominado Manele
  • Vedetă = Estrella, famosa
  • Icre = Huevas de pescado. En Rumania se toma en forma de paté.
  • Franzelă = Pan típico rumano
  • Bună dimineața = Buenos días
  • Să trăiți, domniță = „Să trăiți” es un saludo de origen militar. „Domniță” significa señorita. La frase tiene un significado parecido a la expresión española ¨A sus pies, señorita¨ .
  • Curentttttt, închide fereastra! Ești nebună?! Ne trage curentul! =¡Corriente, cierra la ventana! ¡Estás loca?! ¡Hay corriente!
  • Tati = Papi, es una expresión cariñosa, similar a papito
  • Imediat = Ahora mismo
  • Curent = corriente

3 thoughts on “Siguiendo la corriente

  1. Curiosa costumbre. En cada país hay mitos y supersticiones que aún sin entenderlas bien no queda mas remedio que ,aún sin asumirlas, al menos no discutirlas.
    ¡Bonito relato! TD!

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